domingo, 11 de marzo de 2012

El arte que desafía



Por Ángel Santiesteban-Prats        


Al Arte siempre le han temido las dictaduras por esa propiedad silenciosa y devastadora de desnudar lo oculto. Porque es la paloma mensajera que trasmite el sentimiento del pueblo, sus miedos y esperanzas. Además, tiene la virtud de mover la opinión popular y de ayudar a desplazar a los caudillos.

La respuesta de los gobiernos totalitarios, como en Cuba, es el constante asedio a los artistas desde múltiples variantes. El miedo es la mejor arma para sofocar las diversas maneras de creación. La crítica a través del Arte es un arma eficaz del proceso transformador, es la naturaleza de la creación. El Artista, a través de sus contradicciones y dudas, lucha internamente con lo que es mejor para el Arte, la sociedad, y, contra él mismo (este debería ser el orden lógico de la creación), puesto que a partir de que comience a molestar al Gobernante y a sus aduladores, será diana de ataques para devolverlo al redil, y que comience su proceso de autocensura.

Pero el Arte que no se manipula, supera los temores y las futuras represalias, porque es la necesidad misma que nace en la propia libertad de emitir una propuesta transparente y solo a favor de lo artístico, que incluso prospera y triunfa ante cualquier intento de asfixiarlo.

En el cosmos de las expresiones creativas, las Artes Plásticas arremeten contra la megalomanía de la familia Castro. Gran parte de las tristezas de una nación que se consume constantemente, se encuentra en los lienzos de los pintores cubanos contemporáneos. La música ocupa lugar destacado en la ofensiva contra el sistema totalitario, con letras de canciones que critican los desafíos de una sociedad que sobrevive deshecha y vigilada.  Entre todas las artes la literatura es la desventajada, quizá porque es la más peligrosa, según la historia universal. Si los escritores se lo proponen pueden llegar a ser  manipuladores, de un lado o del otro, de la realidad nacional, por eso merecen una atención permanente desde el Poder. Una crítica constante de nuestra generación es que asumimos el rol de la prensa. Ocupamos la acción de los acontecimientos reales (sin exagerar, recuerden al realismo socialista), y se suponía, según los críticos (oficiales), que el escritor es netamente un fabulador. Muchos escritores se dejan aupar. Lo que más se puede lograr de ellos es el silencio, que en apariencia “apoyen” al sistema aunque en lo profundo de su ser lo odien.

Por su parte el Cine apuesta por un arte sin compromiso político. De las Artes es el más convincente, pero el alto costo de producción disminuye su posibilidad de lucha en la escena social.

Entre las Artes Escénicas, el Teatro merece un aparte, es el medio más inmediato y tangible por su formato efímero palpable en el tiempo, pero a su vez es la impronta del pensamiento ciudadano que interactúa con los acontecimientos sociales que la prensa calla. 

El “Teatro Bertolt Brecht”, desde hace dos meses ofrece la puesta "Nuestro pueblito, versión y dirección de Juan Carlos Cremata Malberti con su proyecto “El Ingenio”, basado en “Our Town” del norteamericano Thornton Wilder.

Cremata se las ingenia para contextualizar la obra y, trayéndola a nuestra realidad, consigue ofrecernos una actualidad alucinante que, a través del manejo hábil de las emociones, nos expone las necesidades más cotidianas, creando un espectáculo en el que fusiona con una excelente iluminación, música, arte circense y danza, hasta lograr que broten vibraciones y sentimientos, en ese acto de recibir y devolver al público que sólo el teatro es capaz de alcanzar plenamente, y que nos lleva a perseguir cada movimiento y guiño entre luces y sombras que a veces alegran, y otras dan esa aureola lúgubre de humo y oquedad a un mundo al que nos resistimos a entrar, pero que finalmente somos arrastrados a su interior, agradeciendo, desde el momento mismo de realización, las convincentes actuaciones de sus actrices y actores, la complicidad del equipo técnico quienes, en algún momento desde sus pasillos aéreos, se confabula con sus personajes.

El Director nos vuelve a llamar la atención sobre la convivencia generacional, la vejez, la muerte y la niñez, con todo ese presupuesto dramático sin abandonar la broma popular, el chiste, liberando a sus actores a no circunscribirse a un guión hermético, y brindándole la posibilidad de la improvisación.

La historia, en tres actos, transita la vida de Emily, que encuentra el amor de George, su vecino y compañero de escuela, con quien luego se casa, y que en su segundo parto muere; y es entonces que pide regresar, quiere existir entre los vivos aunque sea un día, porque extraña a su hijo, a su esposo, la casa, y a pesar de los consejos de familiares que habitan la muerte para que desista volver. Emily regresa después de escoger el día de sus doce cumpleaños, pero descubre que el dolor es aún mayor, llega a ser insoportable recordar, vivir un tiempo ajeno sabiendo que hay que retornar, que definitivamente su lugar ya no está entre los vivos. Por eso pide regresar sin que el día culmine, descubriendo que “los vivos no entienden la muerte”, ella, por su parte, también ha dejado de entender a los vivos, sus lenguajes y perspectiva ya no son los mismos.

Con la particularidad que en Cuba las dificultades se multiplican si se compara con el resto del mundo, reconociendo nuestra realidad convulsa y los tiempos donde se vive con tanta prisa, brindar una obra escénica de tres horas de duración parecería algo imposible de lograr, sin embargo, “Nuestro Pueblito” conquistó en la mayoría de sus funciones un auditorio ávido y emocionado, puesto de pie para aplaudir y agradecer el inmenso esfuerzo artístico del elenco y sus realizadores, sin dudas, una señal de preciosismo.

Por supuesto, tantas risas y lágrimas sobre la realidad que nos circunda, como todos los caminos que conducen a Roma, en Cuba nos llevan a la censura solapada, prueba de ello es la no asistencia de alguna representación oficial de la cultura cubana. A pesar de que sus sillas han quedado vacías esperando que sus oscuras sombras de funcionarios ocupen el espacio de la creación sin límites ni miedos, que en aras de alcanzar una factura transparente y creativa, brinda con ARTE, el lenguaje más profundo e internacional, hasta lograr sacar de sus espectadores, sus alegrías, angustias y tristezas.

Y nos marchamos del teatro con esa riqueza emocional que por siempre sabremos agradecer.


Ángel Santiesteban (La Habana, 1966). Graduado de Dirección de Cine, reside en La Habana, Cuba. En 1989 ganó mención en el concurso Juan Rulfo, que convoca Radio Francia Internacional, y el relato fue publicado en Le Monde Diplomatique, Letras Cubanas y la revista El cuento de México. En 1995, envía al premio nacional del gremio de escritores (UNEAC), ganándolo en esa oportunidad; pero por su visión humana (o inhumana) hacia la realidad de la guerra en Angola, donde participaron los cubanos por espacio de 15 años, fue retenida su publicación. El libro: Sueño de un día de verano, fue publicado en 1998. En 1999 ganó el premio César Galeano, que convoca el Centro Literario Onelio Jorge Cardoso. Y en el 2001, el Premio Alejo Carpentier que organiza el Instituto Cubano del Libro con el conjunto de relatos: Los hijos que nadie quiso. En el 2006, gana el premio Casa de las Américas en el género de cuento con el libro: Dichosos los que lloran. Ha publicado en México, España, Puerto Rico, Suiza, China, Inglaterra, República Dominicana, Francia, EE UU, Colombia, Portugal, Martinica, Italia, Canadá, entre otros países. Coordina el blog Los hijos que nadie quiso.

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