sábado, 25 de junio de 2011

Una entrevista a Denis Fortún


Foto: Delio Regueral

Por Joaquín Gálvez

Denis Fortún Bouzo es uno de esos escritores cuya imaginación desbordante lo convierte en un personaje salido de una obra de ficción, infiltrado, para bien o para mal, en el mundo de la realidad. Es así que, como el maldito duende al bosque, el narrador regresa a su hábitat fabulador llevándose consigo a uno de los mortales, para exaltarlo mientras se mofa de él. Sus cuentos parten de una realidad inmediata que se transfigura, hasta lograr que el lector más avispado pase de un estado dubitativo a uno de credibilidad (y viceversa) en esa frontera que divide a la ficción de la realidad; acaso con la intención de incorporarlo a sus cuentos y convertirlo en su última víctima. Quien comparta una conversación con Fortún, sobre todo esas que tienen lugar en festividades de amigos, puede quedar atrapado en uno de sus cuentos, bajo el auspicio de su lenguaje choteador, que no repara en llegar a los bordes de lo mordaz y burlesco. Muestra de esto lo constituye el libro de cuentos El libro de los Cocozapatos, que acaba de publicar la Editorial Silueta, dirigida por el también escritor Rodolfo Martínez Sotomayor, y que se presentará el 8 de Julio en La Otra Esquina de las Palabras, en el Café Demetrio. A raíz de este acontecimiento editorial, Denis Fortún tuvo la amabilidad de concedernos esta entrevista.


JG. ¿Por qué el título El libro de los Cocozapatos?

DF.Te confieso que no estoy conforme con el título. Si bien es el que le corresponde al cuento de los zapatos cocodrilos, en general no me agrada para la portada, y todavía hoy, luego de impreso el libro, cuando ya no hay remedio, pienso en otros. Sin embargo, si soy honesto, es ese el que ha de llevar y también mis razones tengo. Primero, que la historia de Los Cocozapatos es donde descansan los demás relatos, la columna vertebral, por llamarlo de algún modo. Sin Cocozapatos, ten por seguro que no habría libro. Segundo, gracias a este título, a partir de una foto que Delio Regueral le tomase a Armando de Armas, quien tan gentilmente “sirvió de modelo”, Omar Santana hizo una ilustración que considero es el mérito mayor del proyecto. Omar, quien es un maestro, se ofreció a realizar una estampa de la que me siento extremadamente agradecido y contento. Un trabajo que con la sola imagen dice de que trata la historia y a su vez no la cuenta. Induce, provoca, sugiere. Luego entonces, por esas razones y además por la convicción de Eva y Rodolfo, los editores, de que éste y no otro ha de ser el nombre -a pesar de unos pocos detractores y hasta de intelectuales importantes que se mostraron renuentes a comentar sobre el libro por llamarse así- es que finalmente decidí titularlo El Libro de Los Cocozapatos.

JG. ¿Cuál es la temática que abordan los cuentos de este libro? ¿Lo consideras un libro humorístico?

DF. La temática es variada. Un juego constante, irreverente en algunas ocasiones, pero asimismo una suerte de homenaje a los grandes que me inspiraron. Hay algunas apropiaciones que disfrute mucho adulterando las historias que me sirvieron de “material”; o en otros casos, valiéndome de personajes como la Sra. Hirsch, del cuento “Los asesinos”, de Hemingway. Pero en general, fantásticas utopías que tomo de la realidad criolla y universal, a veces tristes, que en medio del papel y la letra impresa se convierten en sucesos posibles.

En cuanto al humor, es más la burla un tanto refinada, el irrespeto, la nueva versión, mi versión, de un hecho o una literatura que gusto en desvirtuar; o en otros casos, como el cuento “Deseos”, donde disfrazo con sarcasmo la frustración que me provoca mi propia miseria y que visto de esa manera a lo mejor la ironía invita a la risa. Eso si, en este caso, una risa que bien pude anteceder a una lágrima. Algo que después le imprime esa onda paródica de la que hace referencia mi buen amigo Añel en la nota de contraportada. Ahora, libro humorístico como tal, no lo es a pesar de que te rías.

JG. ¿Crees que el choteo y otros aspectos de lo vernáculo cubano no están reñido con una obra literaria que trascienda los lindes de la insularidad?

DF. El choteo, lo vernáculo, al menos dentro del drama cubano, es pan diario sin importar orillas. Y esa peculiaridad bien que sirve para trascender los lindes de esa insularidad. Sin que se caiga en el panfleto, la apología o lo escatológico, la burla de ese drama sirve lo mismo para denunciar, e igual para hacer buena literatura. No creo entonces en una supuesta enemistad entre la parodia y la trascendencia de una obra literaria. Todo depende más bien del talento, de la garra y el oficio de quien la escriba.

JG. Algunos titulares anuncian que es el libro más esperado del año ¿Crees que esto se debe a la demora de su publicación, o a los pasajes burlescos en los que aludes a varios amigos tuyos?

DF. Esos titulares parten de buenos amigos, como Ernesto G -muy jodedores, por cierto- . Amigos de los que me siento cómplice absoluto en la broma y a los que les agradezco enormemente su esfuerzo para promover la presentación. Amigos que quizás el entusiasmo los ha atrapado por el tiempo que se demoró en salir Los Cocozapatos, y que algunos, como me han servido cual suerte de cantera literaria, pues ya están ansiosos porque de una vez se publique el susodicho cuaderno. Fueron prácticamente dos años desde que Rodolfo y yo concertamos su publicación, hasta que sale finalmente. Y todo por mi culpa, aclaro. Que los editores han sido siempre muy pacientes y gentiles conmigo. Y reitero, agradezco esos titulares, son de buena fe. Y doy gracias lo mismo por la suerte de tener amigos así, entusiastas.

JG. ¿Cuáles son las influencias literarias de El libro de los Cocozapatos? Tratándose de una personalidad tan criolla como la tuya, ¿pueden los chistes de Álvarez Guedes y los de la tradición oral cubana, como los de “Pepito“, ser ingredientes capaces de enriquecer tu obra?

DF. Álvarez Guedes y Pepito -este último un muchachito precoz hijo de la gran puta y del imaginario popular cubano- son mis héroes. Los únicos que le han dicho lo que le tienen que decir, y con una sabrosura increíble, llenos de felicidad y risa aún cuando se burlen de nuestras miserias, a aquellos que durante tanto años han invitado únicamente al sacrificio y al llanto. Como cubano, no escapo a ninguna de las dos influencias al momento de hacer un chiste, de ese humor que corroe. Sobre todo Álvarez Guedes, a quien considero un maestro en el género, lo que bien puede enriquecer no sólo mi obra, sino la de cualquier cubano que escriba con pretensiones más elevadas que la de guardar en una gaveta lo escrito, lo que tuve que hacer yo por años, y sudando ese humor peculiar que descubre quien lee mis historias.

Sin embargo, en este libro no es esa precisamente la fuente inspiradora o la herramienta a mano. Las influencias están determinadas por los grandes que he ido leyendo desde que aprendí a leer siendo niño, hasta que después, ya viejo, cuando decidí que escribir me era tan importante como comer o beber y amar a mi mujer. Ellos me me marcaron definitivamente, transmitiéndome ese virus incurable que se llama pasión por la escritura.

Nombres que fui descubriendo y que me tatuaron su letra “encima de mi pellejo literario”, que me contagiaron, como J. H. Rosny,Verne, Bulgakov, Faulkner, Saramago, Rulfo, Borges, Kafka; qué se yo, hasta Martí; o más contemporáneos, como Arenas, Vargas Llosa, Cortazar, García Márquez -cuando lo filtro y me quedo nada más con el escritor magistral que es-; o el mismo Armando De Armas, a quien le debo mucho en este oficio y al que le disparé mi primer cuento una madrugada en La Habana, hace ya más de veinte años, y que me respondió muy circunspecto, “asere, deja eso pa’ mañana que ahora ni al mismísimo Mario Vargas Llosa le aguanto yo una historia”; o tú, por ejemplo, que junto a De Armas, les debo algo -y no poco-, para que estas historias hoy sean posibles. Es que la lista es inmensa, mi ecobio. Los deudores serán siempre una retahíla enorme.

JG. El 8 de julio será el lanzamiento del libro en La Otra Esquina de las Palabras ¿Qué esperas del mismo?

DF. Hablar por los demás es arriesgado. Lo que yo espero al menos, lo que quisiera, es que fuera mucha gente y vender todos los libros que se puedan. Luego invitar a mis amigos a una botella de vino, que le voy a pagar a Demetrio personalmente por si acaso (y fíjate que digo solo una, que no hay que exagerar; bueno, va y a lo mejor hasta compro un entremés de jamón y queso, todo depende de cuantos libros se vendan). Que toda esa gente de que te hablo la pase bien, y que hasta Demetrio le de por ofrecer un descuento. Y que al audio no me juegue una mala pasada, a tal punto que alguien se levante cabrón de una silla y diga que no se oye, y luego se vaya pal carajo…

JG. ¿Cómo te gustaría que en 15 años el lector recordara este libro? ¿O sólo basta con escribir y publicar por el mero placer de los 15 minutos de fama que mencionaba Andy Warhol?

DF. Las dos cosas... Los quince minutos de fama de Warhol se traduce en ese orgasmo merecido luego del esfuerzo por crear una obra y en el caso de la literatura, después del acto, publicar lo escrito en un libro y presentarlo. Y que se recuerde quince años más tarde, es la confirmación de que lo hiciste bien. Al final el tiempo es el mejor jurado. Si perdura lo que has hecho, entonces no fue del todo mal. Claro que me gustaría las dos variantes. Pero eso ya no depende de mi. Quien tiene que defenderse ahora por si mismo; quien ha de luchar ambos espacios temporales, es el libro, no yo. El ya no me pertenece.

JG. Para terminar, háblanos de tus planes futuros como escritor.

DF. Comprar un condominio y rentar sus apartamentos a buen precio para dedicarme únicamente a escribir. Disculpa, no pude resistir la tentación de bromear un tanto. No, serio. Planes para el futuro como escritor, no son ambiciosos: escribir y publicar a la medida que pueda y con quien esté dispuesto a apostar por mí. Y por supuesto, que la musa o inspiración no me falte para contar historias que la gente desee leer…

1 comentario:

  1. Me gusta esta entrevista y me gusta la forma desenfadada enla que el escritor responde a las preguntas del entrevistador. Aquí hay oficio por ambas partes.

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