sábado, 21 de mayo de 2011

Fotos de la presentación de "Yo no bailo con Juana" y una carta a Ramón Fernández-Larrea















Carta a Ramón Fernández-Larrea

Por Joaquín Gálvez

Ramón, recuerdo cuando te conocí en tu casa de Juana, acompañado  por aquel grupo de jóvenes guanabacoenses aspirantes a artistas y escritores, que temerariamente en plena Perestroika se nombraban S.O.S, acaso porque ya sabían que Juana estaba loca y los locos son peligrosos hasta en el baile.

Una de las mascotas de Juana era un caimán en cuya barba un día descubrí unos versos que me resultaron diferentes por su tono desenfadado e iconoclasta en comparación a lo que habitualmente exhibía este dócil reptil literario. Esos días eran  “El pasado del cielo”, es decir, el presente de una generación que ya no quería malgastar su creatividad evocando el discurso que daría el gran barbudo. Me imagino como ardía la barba del caimán cuando con “optimismo de hombre nuevo” revelabas en tus “Contemplaciones”: nunca hubo regreso a Ítaca, nunca hubo nadie al que esperaron, todo era el sueño de un borracho ciego; o  cuando le cantabas a “Gina con amor y escualidez”, mientras un semen con espinas rodaba por sus  zapatos. Y “El loco”, tu loco poético, el que se sentaba a la mesa con los elefantes, era el hijo más cuerdo de Juana, aunque fuera un bastardo. Por eso, tu  poesía contribuyó a sacar a la poesía cubana del letargo y la rigidez de los años 70 y, por tanto, a cambiar su panorama en la isla a partir de la década de los 80.

Recuerdo que  el poeta Raúl Ortega me dijo en Alamar que el Larry, refiriéndose a Larrea, vivía en Guanabacoa, en la mismísima calle del ex alcalde de la villa: Pepe Antonio. Efectivamente, tus poemas los escribías a unas cuantas cuadras de mi barrio, El Roble, por lo que no tardé en irte a conocer junto a  aquellos amigos de siempre. Yo llevaba conmigo unos cuantos poemas, que sólo se los  había leído a unos pocos conocidos y tú, poeta ya reconocido, eras  la primera autoridad literaria a la que se los mostraba. Luego de unas palabras de elogio, me dijiste: no puedo creer que apenas  los haya dado a conocer; merecen ser publicados. Algo que me alegró enormemente, pues, según me contaste, un  vecino te había llevado un manojo de poemas  para que le dieras tu opinión, pero eran tan malos que lo castigaste aconsejándole que escribiera unos 200 más  antes que viniera a visitarte para una segunda opinión; aunque después de tu halagüeña  reacción por mis poemas, me quedé con cierta duda al preguntarme: ¿tienes dinero para comprar una botella de Ron?

Por aquel entonces tu escribías guiones para un programa humorístico en Radio Metropolitana,  germen de donde surgiría más tarde el famoso Programa de Ramón --el único en la radio cubana que podía en esa época hacerle la competencia a Radio Martí--, y nos leías fragmentos de esos escritos salpicados de  humor irónico y contestatario  en los que afloraba la paupérrima realidad de Juana, destacándose aquellos que aludían a la irrupción del camello como medio de transporte en las calles y avenidas de Juana. Incluso, estimulabas a tu multitudinaria audiencia a  prolongar el chiste otorgándole  el único premio que en territorio de Juana albergaba una verdad: "El Pepito de Oro".

Puedo decir que aquellos esporádicos encuentros en tu casa, entre poemas, chistes y tragos fueron mi único taller literario, aun cuando tus correcciones llegaran en el momento en que la embriaguez había alcanzado su definición mejor. Gracias a ti me inicié en el whisky y por primera vez  tuve en mis manos una antología de Borges, dos productos inexistentes  en los bares y librerías de Juana, respectivamente. También gracias a ti tuve la oportunidad de compartir una noche con aquellos  irreverentes muchachos de Nos y otros en aquel parquecito del Vedado, donde unos policías nos pidieron el carnet  de identidad por la atmósfera festiva que habíamos creado y por nuestra apariencia estrafalaria, en la que brillaba por su presencia el pelo largo, muy parecido al del hombre al que en ese mismo lugar se le erigiría una estatua, me refiero a Juanito Lennon. Eran los  días en que el hermano menor, que hoy chulea a Juana, le aseguraba al hermano mayor: ¡Ahora sí vamos a construir el socialismo!

Pero nosotros celebrábamos en tu casa el 1 de enero, fecha de tu cumpleaños, y no el cumpleaños apócrifo de Juana. Lamento infinitamente que esa falsificación haya coincidido con el día de tu nacimiento, pues todos sabemos que mediatizada o mal criada, la república de Juana nació el 20 de mayo de 1902 y no el 1 de enero de 1959, por mucha cirugía  plástica y botox ideológico que una Revolución  se haya empeñado en aplicarle. Qué mejor respuesta entonces que uno de tus poemas más emblemáticos nacido de esas circunstancias y en el que Retamareabas a Fernández (el otro, el malo): Nosotros los sobrevivientes a nadie le debemos la sobrevida/ era verdad lo que decía Juanito la felicidad es una pistola caliente un esplendor impensado una rosa todos tenemos alguna estrella en la puerta.

Hasta que llegó el tiempo en que  otras tierras del mundo reclamaron el concurso de mis más ambiciosos esfuerzos.  Supe que la isla podía estar en otra parte. No me importaba la advertencia del cartógrafo Mario Benedetti, perdí el rumbo en mi travesía y, al igual que le sucedió al gran almirante, conocí de la existencia de otro mundo, pues descubrí que el norte también existía para poder vivir y escribir en libertad y por qué no, para comer carne sin libreta de abastecimiento y sin las hurtadillas que prodiga la  bolsa negra. Era el año 1989, cuando ya se avizoraba el fin del período especial con la disminución del  subsidio soviético;  era más que evidente que Juana nunca bailaría a ritmo de Perestroika. Lamento haber dejado en Cuba “El  pasado del cielo”, con una dedicatoria tuya en la que celebrabas la amistad, la poesía y el alcohol. Sí, ya sé que a este último te le adelantaste y le diste santa sepultura antes que  se convirtiera en tu sepulturero. También lamento no haberme despedido de ti, pues no te pude ver durante esos días que precedieron mi partida. Eso sí, le dejé a un amigo común una camisa que me prestaste luego de que la mía sucumbiera a las manchas de una  tempestuosa borrachera. Espero que te la haya entregado justamente en ese  injusto tiempo humano eufemísticamente llamado "período especial".

Más tarde, como era de esperar, supe que tu programa lo habían sacado del aire, y que con los pies bien puestos en la tierra le habías dicho adiós a Juana, cada vez más loca, menos fermosa y más fermentada, exiliándote en España, donde al principio tuviste que repicar campanas en una iglesia para poder sobrevivir.  Por fin nos reencontramos en la Feria del Libro  de Miami, en el 2001, durante la presentación de tu libro “Cantar del tigre ciego”, y fue así que me enteré  de tus cartas en Cuba encuentro en la Red.  Por cierto, que disfruté muchísimo la que le escribiste a Bonifacio Byrne, ese ex poeta nacional que exhortaba hasta a los muertos a defender la bandera de Juana, patriotismo poético que sólo logró hacer realidad un vivo (y coronel) de apellido Tortoló, que, ante el desembarco de las tropas yanquis en Granada, se inmoló envuelto en la insignia nacional. En teoría, mientras en la práctica inventaba los veloces popis Tortoló.

Aprovecho esta misiva para felicitarte por haber hecho todo lo posible para que los juanetuos de Patria o Muerte y los de Juana primero, Juana después y Juana siempre, no te elijan poeta nacional. Por eso te invito hoy, precisamente 20 de mayo, a esta otra esquina miamense, donde nosotros los de entonces, aunque ya no seamos los mismos, hemos venido a parar, acaso  para que leas estos poemas, que son también el aprendizaje de un baile con el  que Juana no se puede menear.

De poeta a poeta, en el año de la reafirmación del apátrida,

tu amigo,

Joaquín Gálvez

Presentación del libro Yo no bailo con Juana, de Ramón Fernández-Larrea, en La Otra Esquina de las Palabras.

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