La editorial Betania, en su colección Narrativa, acaba de publicar el libro de cuentos De ceca en meca, del escritor cubano Gabriel Cartaya. Master en Estudios sobre América Latina, el Caribe y Cuba por la Universidad de La Habana, Cartaya es director de la revista Surco Sur, de arte y literatura hispanoamericana, que publica desde la Florida, Estados Unidos.
Cartaya nos regala en esta nueva ocasión doce cuentos bajo el influjo quijotesco del regreso a casa. ¡Un regalo familiar! De ceca en meca es un libro que aspira a recobrar la memoria extraviada –o allí ocupada en el tiempo, el retorno infernal de la memoria-- de un sujeto que percibe la vida con la naturalidad de amarla. Los hechos reales narrados en este volumen –aun desde la magia de la escritura-- hacen énfasis, como expresa el autor, en “el sobresalto perenne ante el encanto de vivir”. La evocación de Pancho Chimarán, elocuente y fugitivo; los estremecimientos banales y, por qué no, quijotescos de la esperanza y el esplendor; la ansiedad de la niñez; la musicalidad del terror y la muerte; la majestuosidad de la dicha; hasta llegar a esa fabulosa experiencia caballeresca, casi natural, que prácticamente todo hombre cubano ha gozado en los campos de Cuba.
De ceca en meca no se propone otra cosa que hacernos disfrutar de la naturalidad humana. Se trata de un brindis por las cosas que vuelven reales las ambigüedades de la vida. Este es un libro que me encantó; tal parece que, de un modo u otro, los cuentos que en él aparecen son también nuestros cuentos. Espero que los disfruten.
Gabriel Cartaya (Manzanillo, 1951). Fue Profesor en la Universidad Pedagógica de Manzanillo, Cuba (1978-1999). Fundador del Centro de Estudios Regionales del Guacanayabo y la Sierra Maestra. Ha publicado los libros Con las últimas páginas de José Martí (1995), José Martí en 1895 (2001) y Luz al universo (2006). Tiene publicados varios artículos y ensayos en revistas cubanas. Reside en Tampa, donde dirige la revista Surco Sur, de arte y literatura hispanoamericana.
En Esas divinas cosas, Juan Cueto-Roig nos propone un acercamiento a la poesía desde la sensibilidad y el gusto de un traductor, que es también poeta. El resultado es la exaltación de la palabra, una aventura dolorosa en busca de esa cuerda en la que vibra el cuerpo del poema y un recorrido por distintos hitos de la creación universal. Un viaje memorable que comienza en la poesía latina y culmina con “la mejor canción del siglo XX”, pasando por Shakespeare, Shelley, Blake, Tennyson, Yeats, Dickinson, Cummings, Williams, y Plath, entre otros. Un disfrute de buena poesía traducida con precisión y elegancia.
*Palabras de José Abreu Felippe en la contraportada del libro
No conozco a nadie que haya visto más películas que Santiago Rodríguez. Tampoco conozco a nadie que hable más de cine que él. Resulta extrañamente revelador que siendo un hombre culto, Chago hable tan poco de música, de pintura o de literatura. Conversar con él es hablar todo el tiempo de cine. Lo suyo son el tremendo cuerpazo de Rosa Carmina, los viejos melodramas de la RKO y los clochards de Jean Renoir. Lo de él son los maridos que se gastaron Ava Gardner, Grace Kelly y Lana Turner, la mano dura de directores como Rossellini, Tarkovsky y Hitchcock con sus intérpretes y los enormes pies de Tony Curtis. Para Chago, más que un arte y muchísimo más que una pasión, el cine es la vida.
Cinéfilo visceral, Chago ha estado siempre rodeado de cine en todas las ciudades donde ha vivido (guarda celosamente programas, posters, fotos autografiadas, lobby cards, críticas, carteleras, recortes de periódicos y revistas) viendo películas sin parar. En su infancia en Guantánamo, las extravaganzas acuáticas de Esther Williams con Fernando Lamas, Van Johnson y Ricardo Montalbán y las de vaqueros de Alan Ladd, Rod Cameron y Rory Calhoun; de adolescente, en Santiago de Cuba, los dramas de Jeanne Moreau, Eleonora Rossi Dragoy Betsy Blair; de joven, en La Habana, el bombardeode filmessoviéticos, húngaros y polacos que llenaban las pantallas de los cientos de cines que había en la ciudad. Y ahora en Miami, de fanático eterno, en los estrenos, en los festivales, por televisión, VHS y DVD las últimas de Tarantino, Fernando Trueba y los hermanos Coen; las de Johnny Weissmuller, Tinto Brass y Takeshi Kitano; las de Budd Boetticher, Marco Bellocchio y Woody Allen; y hasta los más espantosos e intragables bodrios hechos en Cuba; las miles de películas que ya vio, que quiere ver o que volverá a ver.
Sólo un amante feroz del cine podía escribir un libro tan rico en matices, tan lleno de homenajesy cargado de anécdotas como En el vientre de la ballena. Chago debió pasar largos años viendo películas para poder armar un libro donde se da gusto describiendo situaciones comprometedoras, especula sobre los chismes más atroces o habla con sabiduría de camaján acerca de lo que fueron y pudieron ser algunas figuras. Es una larga confesión, al mismo tiempo hermosa y desparpajada, lenguaraz y aguda y, sobre todo, deliciosa de leer. Una especie de paseozafio y burlón cuajado de vivencias, de recuerdos y de emociones, en la que de cierto modo se resume su propia vida como espectador.
A través de frenéticos perfiles y crónicas sobre actores, actrices o directores, cientos de películas y de nombres recorren el libro; lo mismo memorables obras maestras que olvidadas joyitas; tanto el film noir y el western americano como el neorrealismo italiano y el expresionismo alemán; lo mismo las mexicanas de rumberas y cabareteras que las menospreciadas películasfrancesasde la COFRAN; tanto estrellas importantes como starlettes de corta carrera; galanes famosos y desvergonzadas femmes fatales; cineastas mediocres y directores imprescindibles. Así, como si aparecieran del sombrero de un audaz ilusionista, surgen el casting ideal, la cinemateca imposible y los sueños más alucinantes que ha tenido cualquier adorador del cine: Brigitte Bardot, The Killing, Marilyn Monroe, Cuesta abajo, Charlton Heston, The Big Sleep, Carlos Saura, Moderato Cantabile, Charles Chaplin, Los olvidados, James Dean, Riso amaro, Hugo del Carril, Locura de amor, Marcello Mastroianni, Ahí está el detalle, Toshiro Mifune, Quai des brumes, Fred Astaire, Los siete samurais, Cyd Charisse, Sandra, la mujer de fuego, Ingrid Bergman, Kiss of Death, Jorge Negrete, Plein soleil y Tita Merello, Anastasia, John Huston y Casbah se mezclan con William Holden, Tarzán, Ninón Sevilla, Vertigo, Jorge Mistral, Picnic, Sterling Hayden, Que Dios se lo pague, Marlon Brando, Fuego mi muñeca,Jean-Luc Godard, Viridiana, Pedro Infante, Touchez pas au grisbi, Vittorio Gassman, Viridiana, Greta Garbo, La bahía del tigre, Luis Buñuel, La Diana cazadora, Yves Montand, Accident, Humphrey Bogart, Niagara, Tin Tan, Johnny Guitar, Pier Angeli, Pierrot le fou, Alain Delon, La diosa arrodillada, Maria Ouspenskaya, All About Eve, Walter Chiari, Casablanca, Federico Fellini, Accattone, Rock Hudson, Gigi, Jean Marais, Agnus Dei, Billy Wilder, La balada del soldado, Juan Orol, Vals para un millón, Sarita Montiel, Los desconocidos de siempre, Bette Davis, La viaccia,Samuel Fuller, Madre Juana de los Ángeles, Kirk Douglas, Casco de oro y John Derek y el diluvio de nombres y títulos se vuelve de veras una parranda apabullante e interminable, todos contenidos entre las solapas de un rompecabezas de casi 300 páginas.
En alguna parte Chago ha reconocido que desde el título En el vientre de la ballena es un abierto homenaje a Guillermo Cabrera Infante, y aunque el libro recuerda algunas obras del maestro cubano como Un oficio del siglo 20, Arcadia todas las noches y Cine o sardina, los relatos y crónicastienen su propia magia, y en medio de los líos, engaños, sufrimientos y muerte se alza una voz muy original, con un trepidante ingenio verbal; unas páginas que han sido escritas con todas las trampas, recursos y mañas que el autor ha terminado por aprender en las propias películas, como los diálogos entre los héroes y heroínas, y los secretos, miserias y ambiciones de los personajes.
En el vientre… es una memoria cinematográfica llena de alegría y humor, pero también de melancolía y tristeza; una gigantesca broma privada atiborrada de guiños, sin miedo al prejuicio y repleta de opiniones personales. Pintor, poeta, narrador y un memorioso innato, Chago, de forma jocosa y provocadora ha logrado armar un culebrón fascinante y también una conmovedora historia de amor por el cine. Cómo logró hacerlo es ese misterio tan sutil que emparenta y une a seres tan disímiles como Howard Hawks, Akira Kurosawa y Pedro Almodóvar.
De niño disfruté mucho una simpatiquísima comedia de Dean Martin y Jerry Lewis, acompañados por Anita Ekberg que en América Latina —y en Cuba— se llamó Entre la espada y la pared. Años después supe que el título original era Hollywood or Bust y había sido dirigida por Frank Tashlin. En España se conoció como Loco por Anita, pero el mejor de todos es, sin duda, el título francés: Un vrai cinglé du cinéma, es decir un verdadero fanático, un enfermo del cine.
Todavía a sus 70 años eso sigue siendo Chago: un loco por el cine, un tipo irremediablemente sediento de cine, un maníaco que descubre en las imágenes una razón de ser y una fiesta; un disfrute inigualable, un estallante acto de fe.
El Pen Club de Escritores cubanos en el Exilio y el Koubek Center de la Universidad de Miami, invitan a un encuentro con el escritor cubano residente en Filadelfia, Rolando Morelli, director de la Ediciones La Gota de Agua, el sábado 19 de febrero, a las 2 de la tarde, en el Koubek Center, 2705 SW 3ra. Calle, en Miami.
Rolando Morelli llegó a los Estados Unidos en 1980 como parte del éxodo del Mariel. En los Estados Unidos terminó estudios superiores y se doctoró con las más altas distinciones académicas por la Universidad de Temple. Fue el primer exiliado del Mariel en obtener un doctorado en universidad alguna. Ha explicado clases en varias universidades norteamericanas, entre éstas las de Tulane, en Nueva Orleáns, y la Wharton Business School de la Universidad de Pennsylvania. Narrador, poeta, ensayista, dramaturgo y editor.
Hígado al ensayo es un libro experimental, personal, del observador exiliado. "Hígado" explora el tinglado, lo crítico, lo que Alfredo Triff llama "constipación (de la metáfora) política". Ensayos como "Lo cheo" y "Martí y la margustia" dan el tono a la retórica. Entre risa y carcajada, Triff, con la ayuda del dibujo cáustico del ilustrador Luis Soler, propone 60 recetas biliares para el régimen político de una nación. Alfredo Triff es profesor titular de filosofía de Miami Dade College, profesor adjunto de Historia del Arte en la Universidad de Miami. Entre sus libros figuran ¿Qué podemos hacer? (Imprimatur, 1995), Pulpa (Imprimatur, 2000) y Miami Arts Explosion (Thomson, 2006). Modera el blog Miami Bourbaki. Carlos Alberto Montaner hará la introducción al libro y a Triff esta noche.
Último poema de Cesare Pavese
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- ------------A Constance Dowling -
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Me moriré sin conocer la luz de tus pezones
en la penumbra donde nunca serás poseída. -
Soy el cadáver deseoso de los ritos de tu templo más íntimo. -
Cuántos poemas hubiera escrito a partir de tu pubis (inédito),
en ese instante en que tu torso se transforma en una danza
para dar testimonio de los acordes de mi libido. -
Nunca seré testigo de tu aullido
-húmedamente humanizándose-
bajo la bestialidad de mi falo iluminado. -
Me condenaste a la oscuridad donde se ocultan tus pezones,
a la pordiosera luz de este poema en la penumbra.
La Otra Esquina de las Palabras invita a su tertulia del mes de febrero:
Un encuentro con el escritor cubano Santiago "Chago" Rodríguez
Lugar: Café Demetrio
300 Alhambra Circle, Coral Gables
(305)448-4949 Viernes 11 de febrero, a las 7:30 pm
Santiago "Chago" Rodríguez nació en Guantánamo, vecino de Belkis Cuza Malé y alumno de Regino Boti. Estudió ingeniería química en Santiago de Cuba y junto a Orlando Alomá y otros poetas se unió al llamado grupo Los Diez. En 1965 arriba a La Habana, conoce a Antonia Eiriz y sin proponérselo, además de escribir, entra en el mundo de la pintura, se aleja un tiempo para hacerse ingeniero agrónomo. En 1990 arriba a Miami, retoma su vida de escritor y pintor, y publica los siguientes libros: La vida en pedazos (novela), Una tarde con Lezama Lima (cuentos), Mírala antes de morir (novela), El socialismo y el hombre viejo (poesía), En el vientre de la ballena (crónicas de cine), y en preparación, El regreso de la ballena (una panorámica del cine de los 50). Insolente solitario y poco amigo de amigos, como él mismo dice, cede en presentarse en esta Peña.
En la vida y obra del Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, las mujeres –en algunos casos personajes literarios, pero casi siempre, seres de carne y hueso que convirtió en fuertes protagonistas femeninos– no sólo enardecen la imaginación, sino que tienen la doble posibilidad de estructurar el orden del mundo o desatar el caos liberador.
Como juicioso discípulo de Flaubert, ha recurrido siempre a “el saqueo constante de la realidad real para la edificación de la realidad ficticia”, y sabe que quizá no hay otro modo de conocer el fondo abisal de la propia naturaleza que la ficción. Como escribió en el prólogo de la historia de uno de sus personajes más queridos, La señorita de Tacna, sólo la ficción muestra “el hombre ‘completo’ en su verdad y en su mentira confundidas”.
Y, en su exploración literaria del fuego del idealismo o la aventura y de la condición prometeica de quienes se atreven a romper las leyes de la tribu, pero también en su simultáneo descenso hasta lo más tenebroso de la condición humana, las mujeres poseen las claves de entrada y salida de todos los mundos.
Ya sea en la venganza de Urania Cabral al estupro permitido con la aquiescencia de su propio padre sometido al dictador Trujillo “El Chivo”, o en el placer liberador que las “visitadoras” otorgan y que deshace las rígidas jerarquías militares, los personajes femeninos suelen guardar en la madeja de su historia extrañas sorpresas para el poder.
El histórico protagonista de su último libro, El sueño del celta, Roger Casement, el idealista que denunció las mismas atrocidades del Congo Belga que inspiraron El corazón de las tinieblas y que fustigó a la casa Arana hasta lograr la parálisis de las infernales caucheras en las selvas peruanas, y que abrazó la causa de la Independencia irlandesa traicionando a Inglaterra por lo que fue ahorcado, sólo siente debilidad sexual por los furtivos encuentros con otros hombres. Pero atribuye a mujeres, como la historiadora Alice Stopford Green, el respaldo que dio fuerza a su movimiento de reforma del Congo y el haberle enseñado, como “una maestra generosa”, la pasión por “el pasado y la cultura de Irlanda”.
En un memorable diálogo con ella, discuten el libro de Joseph Conrad –que en la vida real no perdonó la “traición” a Casement, como sí lo hicieron Arthur Conan Doyle, o Bernard Shaw– y la conocida historiadora anota que en tanto esa novela no describe el Congo, sino el mal absoluto, su Informe sobre el Congo demuestra que fueron los europeos quienes llevaron las peores barbaries al África. Al personaje de la prima de Casement, Gee, Vargas Llosa atribuye algo más duradero que el enamoramiento: la complicidad de una amiga leal hasta el fin.
“Las mujeres de mi obra –reconoció el Nobel ante el comentario de la fuerza que irradian– reflejan una realidad. A menudo, la única manera de supervivir en nuestro mundo es adquiriendo una personalidad muy vigorosa, una capacidad de resistencia muy fuerte a la adversidad. Ése es un aspecto de la condición femenina en el mundo latinoamericano que a mí me impresiona mucho y, por eso, ese tipo de personajes aparecen frecuentemente en mi obra. Desde el personaje de la señorita de Tacna hasta Urania, se trata de mujeres que no son una invención: reflejan América Latina”.
Igualmente, al referirse a La niña mala –“mezcla de la nefelibata [habitante de las nubes] y la sobreviviente”, pues considera la vida como “una guerra que no puede perder”, comentó: “Tal vez en la historia de esa muchachita que desde el principio se reinventa a sí misma, único modo de sortear las limitaciones de la asfixiante marginalidad, hay, después de todo, una metáfora de la desbordante imaginación que requeriría el continente para rehacerse”.
Madame Bovary
En La orgía perpetua, el ensayo de Vargas Llosa sobre la génesis de Madame Bovary, él confiesa que ella removió los estratos más hondos de su ser y que habría podido vivir enamorado hasta la muerte de Emma Bovary. Lejos del escándalo moral que suscitó en la época la creación de la protagonista que persigue en sus aventuras amorosas una huída de la realidad anodina, admite que se identifica con ella por “su apetencia de un mundo distinto de aquel que hace añicos su sueño”, puesto que, a fin de cuentas, “el novelista es ante todo aquel que no está satisfecho con la realidad”. Más aún, para él, esta bella lectora que “enloquece” bajo la fascinación de las novelas románticas, y que acaba no en una forma de retorno a lo real, sino suicidándose, equivale a la versión femenina del primer Don Quijote. Una mujer que combate el frustrante mundo real con su imaginación ardiente. Algo que él mismo no ha dejado de hacer –a través de la lectura y la creación literaria– desde que a los 10 años el padre que creía muerto –que era sólo la foto de un apuesto marinero en su mesa de noche– reapareció para transformar su apacible mundo cotidiano en un lugar incierto.
Flora Tristán
En El Paraíso en la otra esquina (2003), Vargas Llosa narra magistralmente –a partir de su técnica de vasos comunicantes– el último año de Flora Tristán, muerta en 1844 a los 41 años, y la vida de su nieto Paul Gaugin. Vituperada por haberse negado a la servidumbre del matrimonio en su época; despojada de su herencia por el tío que, aprovechando su condición de bastarda, se apoderó de los bienes del hermano, afincado como él en Perú; inculta, pero con una convicción de justicia indomable, fue la autora del audaz libro de memorias Peregrinaciones de una paria y de La unión obrera, que la convirtió en pionera de los derechos civiles. Expuso cómo dar “a todos y a todas” el derecho al trabajo, a la instrucción y al pan. En un artículo publicado en Letras Libres, al año anterior a la salida de la novela, Vargas Llosa sintetizó la vida de esta singular inconforme, única mujer utopista, en un siglo donde la convicción de que “se podía bajar el Paraíso a la tierra”, generó incomparables furores colectivos, así: “[Flora] trazaría una imagen de rebeldía, audacia, idealismo, ingenuidad, truculencia y aventura que justifica plenamente el elogio que hizo de ella el padre del surrealismo, André Breton: ‘Acaso no haya destino femenino que deje, en el firmamento del espíritu, una semilla tan larga y luminosa’”. La señorita de Tacna
El personaje central de esta exitosa obra teatral que se estrenó en Buenos Aires en 1981 es la “Mamaé”. Exactamente el apodo que recibió la bella Elvira –inspiradora de un verso amoroso del poeta Federico Barreto, nacido en Tacna, e impugnador de la invasión de esta provincia por el gobierno de Chile–, tras su decisión de romper un compromiso matrimonial y permanecer señorita, acompañando en la crianza de hijos y nietos a su prima Carmen, abuela materna de Vargas Llosa. Tanto en su biografía, El pez en el agua, como en esta obra, las evoca a las dos, con nombre propio –“a quienes si Dios y el cielo existen espero hayan premiado adecuadamente”–, preparando té a todos los compañeritos de clase que invitaba sin avisarles.
Pero en el viaje de la ficción no sólo llena los vacíos de la realidad –“qué dramático episodio le hizo elegir la soltería para siempre”-, sino “traiciona” los secretos que sus antepasados se llevaron a la tumba, en aras de hurgar en el pantano de las verdades indecibles. En la primera escena ella aparece orinando en el sillón mientras delira con el diluvio. Pero su memoria aún hierve de vida, y el escritor, que se llama Belisario, no sólo la lleva hasta el instante en que ella, “modesta, dulce, púdica y virtuosa”, según Barreto, experimenta el turbador deseo carnal, en medio de una escena de sexo y violencia protagonizada por el intachable esposo de Carmen, sino revela que quizá vivió siempre al lado de los abuelos secretamente enamorada de éste. Pero además, es ella quien, desdoblándose en un personaje de cuentos protagonizados por La señorita de Tacna y un misterioso caballero, inició a Vargas Llosa en “aquella –inasible, cambiante, pasajera, eterna– manera de que están hechas las historias”.
La madre
A diferencia de Flora Tristán o de Emma Bovary, “Dorita”, la madre de Vargas Llosa se aferró con fe al inquebrantable matrimonio católico y, cual Penélope, se negó a atender pretendientes, no obstante que, avergonzada por “la culpa” de tener una hija abandonada a los cinco meses de matrimonio, la familia entera se trasladó de Piura a Cochabamba, Bolivia, donde solía pasar por viuda, según la versión que hasta los 11 años creyó a pie juntillas Vargas Llosa. Y no sólo sostuvo “una pasión total e inconmovible”, que le duró los años que Ernesto J. Vargas tardó en volver, y el resto de los días, sino que no hubo humillación, maltrato o violencia ni ruego de su hijo, que la convenciera de dejarlo. “Masoquista y torturado como siempre me pareció, (su amor) tenía ese carácter excesivo y transgresor de los grandes amores-pasión que no vacilan en pagar el precio del Infierno para prevalecer”, escribió Vargas Llosa. El año en que abrió las puertas del Infierno –el miedo, el asco a sí mismo, el horror– fue también decisivo en su huída en la literatura y el ejercicio de la escritura como resistencia. El padre nunca entendió que escribiendo pudiera ganarse la vida, y Dorita, que en la señorita de Tacna es la apacible Amelia, no pidió la ayuda de Vargas Llosa ni siquiera cuando fue obrera o portera en una sinagoga de Los Ángeles. Es posible que algo de ella habite en la única historia de sumisión absoluta de la ingobernable “Niña mala”, que paradójicamente tiene también mucho de Emma Bovary.
La tía Julia
En La tía Julia, dedicada en 1977 “a Julia Urquidi Illanes, a quien tanto debemos yo y esta novela”, las historias radiales que Pedro Camacho comenzará a mezclar en un inolvidable delirio narrativo –una confusión paralela a la que puede suceder entre ficción y realidad–, se entreveran con las de Varguitas. Como el Nobel peruano, el protagonista escandaliza a los 19 años a la familia casándose con la hermana de su tía política materna, Olga, que le llevaba 10 años y, como éste, tiene que conseguirse cerca de siete trabajos –entre éstos el de la radio– para lograr vivir con ella. Tanto en esta novela como en El pez en el agua, la imagen de la tía es la de una mujer inteligente, que se sorprende al ser seducida por un casi adolescente y comparte con humor y una intensa conciencia del presente en fuga la vida a su lado. Vargas Llosa reconocía que ella le pasaba los borradores y había apoyado su vocación de escritor. La publicación de Lo que Varguitas no dijo, en 1983, malogró una relación que seguía siendo amistosa aún después de que el escritor se casara, por la Iglesia, con la sobrina de Julia, su prima Patricia Llosa. “Para entonces –escribió el Nobel sobre Varguitas–, la familia estaba ya curada de espanto y esperaba de mí (lo que equivalía a: me perdonaba de antemano) cualquier barbaridad”.
Patricia Llosa, la esposa
De Patricia, la madre del escritor Álvaro, de Gonzalo y de Morgana –la hija fotógrafa con la que compartió un viaje que cambió su percepción del conflicto árabe-israelí– habría que decir que puede encarnar esa misma presencia protectora que siente al evocar la figura de su madre desaparecida Roger Casement. Además de una altiva belleza, ella posee las cualidades particulares de las mujeres de los grandes escritores –su invisibilidad y simultánea omnipresencia; su prudencia pública, y el poder de decidir los puntos vitales de su agenda; la admiración incondicional por la vocación imaginativa, y el carácter para moldear su trato en este mundo de la realidad–; pero no menos el mismo carácter del pequeño demonio de cabellos ensortijados que de niña solía despertarlo con un vaso de agua en la cara, y que de adulta se niega a sujetarse a ningún tipo de héroe mortal.
Muy seguramente es cierta la anécdota que cierra La Tía Julia cuando la prima Patricia “una muchacha de mucho carácter”, advierte que a ella no le interesa “cometer crímenes de lesa cultura” y que si sale a las ocho de la mañana camino a la biblioteca y regresa a las 8 de la noche oliendo a cerveza será capaz de romperle un plato en la cabeza.
En todo caso, si la literatura no transforma el mundo, a través de sus personajes femeninos Vargas Llosa encuentra claves inconfundibles para esa alquimia que transmuta la realidad en arte.
La Otra Esquina de las Palabras invita a su tertulia del mes de febrero:
Un encuentro con el escritor cubano, Santiago "Chago" Rodríguez
Lugar: Café Demetrio
300 Alhambra Circle, Coral Gables
(305)448-4949 Viernes 11 de febrero, a las 7:30 pm
Santiago "Chago" Rodríguez nació en Guantánamo, vecino de Belkis Cuza Malé y alumno de Regino Boti. Estudió ingeniería química en Santiago de Cuba y junto a Orlando Alomá y otros poetas se unió al llamado grupo Los Diez. En 1965 arriba a La Habana, conoce a Antonia Eiriz y sin proponérselo, además de escribir, entra en el mundo de la pintura, se aleja un tiempo para hacerse ingeniero agrónomo. En 1990 arriba a Miami, retoma su vida de escritor y pintor, y publica los siguientes libros: La vida en pedazos (novela), Una tarde con Lezama Lima (cuentos), Mírala antes de morir (novela), El socialismo y el hombre viejo (poesía), En el vientre de la ballena (crónicas de cine), y en preparación, El regreso de la ballena (una panorámica del cine de los 50). Insolente solitario y poco amigo de amigos, como él mismo dice, cede en presentarse en esta Peña.
Sin grasa y con arena, el más reciente libro de poesía de Raúl Ortega Alfonso, (Editorial Velámenes 2011), no es sólo un título sugerente, es la visión agria de un poeta en su paso por esta ciudad. Miami, ciudad donde puede confundirse un verso con una maldición sálmica, por esas cosas típicas de las diferencias idiomáticas, donde el miedo te sonríe al verte con la dureza misma de una cartulina de foto, donde hay que caerle "a patadas a todos los espejos" para que la demencia no te devuelva el verdadero rostro de la ciudad. En una ciudad así, quién mejor que Raúl para ponerle a las palabra el disfraz que la ciudad ha guardado para los poetas, para los emigrantes, los suicidas, los mendigos, los hombres de paso y los que se quedan confundidos en el brillo de sus luces y se adentran en sus calles como buscando a alguien conocido, y llegan a confundirse ellos mismos, con un poeta, un mendigo, un hombre de paso.
La visión de Raúl de esta ciudad no es hedónica, Sin grasa y con arena no es una narración poética del encanto como el de García Lorca por Santiago de Cuba, su acercamiento a la ciudad coincide más con el desencanto que conocemos de Reinaldo Arenas, un hombre que no tiene tierra a donde regresar o cosa alguna colgando de la añoranza, y se ampara en la palabra como resguardo contra la frialdad que dan las paredes y calles con nombres que te conducen a ninguna parte. Sin grasa y con arena es el discurso de un poeta en tránsito o mejor dicho; el discurso "del que se fue de donde nunca estuvo".
Raúl Ortega Alfonso, La Habana, Cuba, 1960. Poeta y narrador. Ha publicado, entre otros libros: Las mujeres fabrican a los locos, Editorial Abril, La Habana, Cuba, 1992. Acta común denacimiento, Editorial Praxis, México, D. F., 1998; Con mi voz de mujer, Editorial Arlequín, Fonca, Guadalajara, México, 1998. La memoria de queso, Editorial La Torre de Papel, Miami, Florida, 2006. Actualmente radica entre la ciudad de México y Miami.