lunes, 17 de enero de 2011

Fotos y palabras leídas por Ena Columbié en la presentación de Inscrita bajo sospecha, de Mabel Cuesta


















Mabel Cuesta  y el espinoso sometimiento a la pluma

Me he leído de un tirón el libro Inscrita bajo sospecha de Mabel Cuesta. Libro que se inscribe sin sospecha alguna, dentro de lo mejor de la nueva narrativa joven hispanoamericana. Seguramente en algún momento a Mabel la invadió el impulso humano de contar sus recuerdos; porque ese es un deseo febril de toda persona y por supuesto de los escritores, impulso desatado por el pánico a olvidar, y a que los otros no conozcan la verdadera historia. Lo que nunca imaginó ella, son los derroteros que con plena justicia han tomado esas narraciones; tan conquistadoras que ya ocupan un lugar preferencial dentro del mundillo literario.
Hay escritores controladores, aquellos que doblegan a sus personajes, permitiéndoles hacer únicamente lo que ellos les tienen predestinado; pero hay otros que no pueden llevar las riendas de esos protagonistas, son demasiado escurridizos, y se escapan haciendo cuantas trastadas se les antojan, cruzando en zigzag de la ficción a los caminos de la realidad y viceversa. Esos últimos son los  héroes de Mabel, los incontrolables, o mejor dicho las incontrolables porque todas son mujeres ¿o es sólo una? Personajes que nos enfrentan a situaciones complicadas de zozobra y angustia, provocando ––esencia obligada y olvidada–– que se acelere rápidamente nuestro pulso.
Una de las grandes virtudes del libro es la manipulación de la escritora con los hilos conductores que hacen posible lograr un buen engranaje. Con la precisión de un huso, ella va torciendo cada hebra ––la elegante sencillez del estilo, con la coherencia de los sentimientos, con la visión introspectiva del protagónico–– y devanando lo hilado, como si nos llevara de la mano a la salida de un túnel donde nos espera la luz, como si una voz apacible nos murmurara las historias al oído, voz exorcizada que revela ya sin angustia cada camino de dolor, porque dejémonos de nombres ligeros, Inscrita bajo sospecha es un libro del dolor y sobre el dolor, donde el dolor se regodea y duele.
Para analizar estas historias las estructuré en tres partes: una primera con los cuatro cuentos iniciales La Tía Sara, Inscrita bajo sospecha I, Vírgenes de Regla y Árbol de navidad. Esas son historias de desarraigo y desconcierto; ante la tierra, la familia, la niñez, la religión; también de desconocimiento y sospecha. Son cuentos de pesadumbre y desasosiego. La protagonista siente que no hay mucho más allá de lo que ya conoce. Envuelta en un existencialismo sartreano, percibe que ha sido lanzada al mundo siendo nada y que les serán difíciles las conquistas, que no hay rumbo cierto en su vida y que cualquier lugar del universo, incluso dentro de su propio país, le es ajeno, La ciudad de Camagüey y su eterno laberinto me resultan desconocidos; y mientras la incertidumbre y la sensación de desamparo la rodean ––y no sólo a ella, sino también al lector–– el silencio y la soledad como leit motiv persistente, se les acercan y son sus lacerantes aliados; que quién soy con mi biberón y mi silencio. Ella es una y muchas, a veces capitalina, otras veces provinciana, todas temerosas y solas, caladas de silencios y sombras.
Escrituras y Borradura marcan el clímax y lugar intermedio del libro,  que aunque no lo es matemáticamente, sí en lo que a situaciones y temas se refiere. Ellos son el limbo donde se detiene el tiempo, y también el punto que marca la diferencia; el lugar exacto para la estadía antes del salto dialéctico y lógico, donde la protagonista se desgaja de sus miedos, de sus amarres, de sus sombras y silencios, y se convierte en Diana la cazadora. Entonces va a la conquista de la Luz; porque sabe que en ella está su salvación He salido en busca de la naturaleza indefinida, de la mudez, enigmática en ti…Ha encontrado un alma gemela en la que puede contemplar su propio mundo a través de otros ojos. Y luego la catarsis, la etapa del desgarre, deshaciendo todas las huellas del dolor y los obstáculos contra su libertad. Y borré una a una las fronteras. Borré el mar y los túneles que atraviesan los estrechos. Borré nombre de países. No más distancia, no más agua sino el agua que sale de los cuerpos (…) Los mapas quedaron en perfecto estado de armonía. Y cuando no le fue posible borrar alguna huella, borró las causas que provocaron esa huella, para lograr dar el primer paso hacia su casa.
Después de la purga de todo lo irascible en su vida, cambios geográficos y hormonales estimulan a la protagonista a comenzar a transitar otros sentimientos, y aunque ella está marcada por una madurez existencial adquirida en la infancia a golpes de situaciones duras, Tengo cuatro años; pero sé de muchas palabras extrañas a los otros de mi edad, encuentra nuevas emociones que le permiten por fin abrirse al conocimiento de sí misma. Y se abre también a la reflexión coherente y a la iluminación que la lleva a ver con claridad el horizonte; iluminación como objeto en sí, personificada como Luz, co-protagónico que se roba la jugada en el libro. Es Luz quien la guía a la reflexión y al conocimiento verdadero de todos los por qué: Luz me ha mostrado el camino a la unidad…  Es Luz quien le ayuda a conocer cada uno de sus propios laberintos, a ir abriendo las puertas comunicantes. Luz irrumpe en ella, en sus recuerdos borrando las sombras, y le enseña que para cada dolor hay una cicatriz esperando, una marca de guerra que el tiempo habrá de enjabonar con indiferencia; En tierra extraña encontré a Luz y permití que acariciara cada vórtice de sombra.
Con la iluminación como aliada ya nada es igual, el personaje emprende un proceso reflexivo que determinará su futuro. No sé si ha sido sin proponérselo o fríamente calculado, pero Mabel se las arregla para sumirnos en unas marañas filosóficas existenciales difíciles de resolver, y con las que me imagino se ha divertido sabiendo que  jugaría a su capricho con nuestra psiquis.
Resueltos los principales problemas de sombra, silencio y soledad, vienen los otros cuentos ––más bien viñetas––  con otras situaciones desprendidas de las anteriores, más filosóficas tal vez, y que giran generalmente alrededor de Luz como iluminación y hogar. Cuando termina el último cuento De la ciudad, cae la estocada final como un augurio, obligándonos a preguntarnos ¿qué viene ahora? ¿Cómo se las arregló esta mujer para arrojarnos también a la luz?
El tiempo por fin es de ella, para ella y para Luz. Ella y Luz como prendedor y blusa, oreja y jazmín, cruz y pecho. Luz en sí misma como mano acariciadora, conocimiento y Libertad. Siempre la libertad como ventaja, privilegio, autonomía, y sobre todo como consuelo a la valentía de enfrentar con decoro el espinoso sometimiento a la pluma.
Palabras leidas por Ena Columbié en la presentación del libro Inscrita bajo sospecha, de Mabel Cuesta, y publicadas originalmente en su recién inaugurado blog de crítica literaria El Exégeta.

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