domingo, 31 de octubre de 2010

El mapa sin tierra de un poema


Por Marta Sepúlveda Góngora

De Joaquín Gálvez conocí primero su poesía. Me la tropecé entre ese planeta de papel en que vivo y que persigo todos los días en las librerías. Como siempre buscaba algo que me sacudiera el alma, algo que alimentara el hambre insaciable de combustible para continuar la tarea de escribir. Al leerlo se me llenó la cabeza de palabras, los dedos me picaron desesperados por encontrar algún teclado, un pedazo de papel en blanco, un lápiz, algo para dejar salir la emoción que me produjo. Por no tener a mano nada que sirviera, no tuve más remedio que atacar su libro Alguien canta en la resaca, llenarlo de notas, contradecirlo, criticarlo, admirar su genial manera de decir lo que yo tenía por dentro. Esto es lo que genera siempre un buen escritor; no en vano decía Borges que lo primero que nos surge, en un momento así, es envidia de la mala al pensar ¿cómo diablos dijo él exactamente lo que yo quería decir y no he podido?


Enseguida lo llamé, me presenté y le dije que lo quería conocer. Me contó de su poesía, de su vida, porque uno escribe lo que vive. Me habló de su Cuba del alma, de sus amigos, me prestó los binóculos con que mira el mundo más de cerca. Me dio las coordenadas donde encontró sus poemas, me mostró el tamaño de sus heridas y la dimensión de su talento. Pero todo me lo dijo como si no me dijera nada, como si nada de ello revistiera gran importancia, porque en realidad las cosas importantes de la vida parecen insignificantes. Me leyó con esa voz íntima con que se comparte un misterio, algunos de los borradores de su nuevo libro que yo sentí verdadero y profundo. Ahora al regresar a Miami, y salir de cacería entre los libros, me encuentro con su Trilogía del paria ya publicada. Al abrirla recibí lo que esperaba: Un knock-out directo al mentón en los dos versos iniciales de su primer poema…


"Señores, hace cien días que mi pecho no es catástrofe.
Se está celebrando una peregrinación en cada latido".


Y de inmediato encontré mi paria interno aullando a gritos por la misma hecatombe, porque sólo los desastres crean el poema. Y recorrí su trilogía geográfica con afán de descubrir las latitudes secretas que me situaran en el mismo naufragio, en el mismo dolor por el amor perdido, en el mismo surco de la trinchera en donde Joaquín enterró sus ilusiones. Y me vi recitar la misma súplica por una crisis que remueva lo felizmente estático y saque a flote lo inestable y cambiante que al final es lo único que puede moverse de su sitio y crecer.

Visité la isla donde quedó la inocencia despilfarrada por la euforia de su amor multimillonario y obsequioso, con una cuenta de ahorros rebosante de lluvias, y un corazón estudiante, ávido de palabras nuevas para publicar a los cuatro vientos sus ganas de vivir. Lo seguí a New Jersey para conocer cómo se hace poesía debajo de la tierra y aprendemos a ser verdad en ella y no un remedo de hombre. Allí descubre Joaquín motivos con que seguir, aprende algo difícil para la mayoría de exiliados: Que el horizonte es su verdadera casa, que un poeta no tiene fronteras, ni nacionalidades, que no hay cómo atrapar su alma viajera ni cómo ponerle condiciones. Y por esa ruta de luz lo reencontré en una librería de Miami, donde se declara hijo bastardo de Norteamérica, que aprendió a cantarse a sí mismo, y que, por su misma condición, se decreta hijo legítimo de este mundo. Donde nos regala una predicción que no quiero contarles pero espero que conquisten.

 
A este territorio confluiremos inexorablemente por su poesía todos sus lectores. A la tierra de los Parias, un lugar común y extraordinario donde nos sabremos tan bastardos como él, y tan legítimos como sus poemas.

Publicado por Marta Sepúlveda Góngora en su blog
Martes, 29 de abril de 2008



Marta Sepúlveda Góngora (Bogotá, Colombia, 1957-2010). Autora de los poemarios Primeras prisiones y Menos mal no estoy. Ganadora de varios reconocimientos internacionales en México, Argentina y España. En el 2006 fue invitada por la OEA a Washington D.C, a presentar con sus textos la obra de la fotógrafa y artista plástica ecuatoriana Katya Romero. Fue directora de la revista virtual El tonto de la colina.

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