martes, 7 de septiembre de 2010
Un cuento de Armando de Armas
EL MACHETE
El hombre estaba sentado a mi lado en la barra. Tenía la misma mirada y pinta de policía. Policía ahora venido a menos; quizá. Le hice seña a Flores que despachaba del otro lado para que dejara la angosta puerta abierta, y Fuacata dijo a mí oído; dale Mandy, dale, que si tú no lo tumbas, lo tumbo yo. Eso me animó, podía estar armado, y había que desactivarlo al seguro. Flores, la melena una bandera flecuda, sirvió otra ronda de aguardiente. A esa hora de la tarde había pocos clientes, el ventilador chirriaba en el techo y desparramaba el aire espeso como diarrea caliente. El lugar, una barra larga y estrecha, un túnel oscuro con espacio apenas para pasar entre las butacas y la pared, un espejo sobre una fila de botella, resumaba alcohol y nicotina en vaharadas de cien siglos de sobrevivencia.
El tipo no se acordaba de mí. Aquella noche hubo bronca gorda en una descarga y al salir en la madrugada, porsia, arranqué una tabla con puntillas de una bodega en Campomanes y cogí rumbo a mi casa a un costado del Cementerio Acea. Pantalones campanas, camisa abierta, caminar por el centro de la vía nadie fuera a emboscarme, remando con la izquierda, la tabla oculta tras mi mano derecha, el pelo a mitad de la espalda, unos tragos, el haberme besado con Betty, la luna una bola que me guía; detalles que me hacían inmortal, dueño de la calle, del mundo; y entonces a la altura de la 42 y Cid el cheo fueradepico apareció un fantasma y se cruzo en mi camino. Me pasó por el lado, él y yo las únicas almas en la calle a esa hora, y como a dos o tres metros, o más, se paró y dijo dame el machete que llevas ahí a la espalda, cabrón. La voz grave rajó la madrugada. Un perro ladró largo con rumbo a Punta Gorda y un gallo pareció contestar con rumbo a Tulipán.
Dije qué machete, eh, qué machete, machete de qué, estás loco o qué. Yo vuelto de frente al cheo y la tabla agarrada atrás, pensé en las puntillas entrando en su lomo; pensé no le va a gustar. El cheo avanzaba una mano extendida en ademán de recibir el supuesto machete. ¡Dame el arma, no te hagas, dame el arma! ¡Qué arma, hombre! ¡La que escondes allá atrás! ¡No te voy a dar ni pinga! Entonces sacó el revolver niquelado, brillaba a la luz de la luna; y apuntó al pecho. Yo seguía creyendo que era inmortal. Repitió dame el mechete, soy policía, dame el machete. Pensé inmortal, mambí, y argumenté pero que tengas pistola no te hace policía.
¡Dame el machete!, y con la izquierda sacó un carné y lo mostró con suficiencia tras el revolver. Tenía una mirada fría o fiera o determinada. El perro volvió a ladrar, ahora un aullido, y el gallo está vez no le contestó. Lentamente saqué de atrás, mostré la tabla, mira es una tabla, una tabla, una tabla, y la dejé caer sobre el pavimento. Y me le eché a reír en su cara; una carcajada retumbando, rajando la madrugada. El tipo se quedó todavía un instante apuntándome al pecho, mirándome fijo, sin saber qué hacer, dominado por la furia, el demonio o el desencanto. Entonces sentí miedo, que no era inmortal, ni dueño de la calle, ni del mundo; ni de nada.
Pero el tipo guardó el carné de fiana, luego la fuca, dio media vuelta y comenzó a perderse en la noche.
Y ahora, meses después, un año quizá, lo tenía sentado, ensimismado a mi izquierda. Fuacata bajó el trago de un golpe. Flores sonrió tras la barra; una sonrisa o una mueca. Una mosca zumbó, revoloteó una nube frente a mis ojos. Bajé el trago de dos golpes. Miré de reojo al tipo, seguía allí la mirada perdida; rumiando algo. Miré a su oreja una empanada, cerré la derecha y la descargué con toda mi fuerza, con todo mi cuerpo en la empanada, paf, o pof, y con el golpe el tipo se fue de lado y hacia abajo, se descolgó un bulto de la butaca alta y dio en el piso con un ruido sordo, salté por sobre su cuerpo, el Fuacata detrás, y escapé por la puerta un bólido con rumbo a los muelles.
Miami, 8 de enero de 2009.
Armando de Armas. Escritor disidente cubano nacido en Santa Clara (1958). Licenciado en Filología por la Universidad Central de Las Villas. Fue preso político en Cuba. Ha publicado los libros de relato Mala jugada y Carga de caballería, así como el ensayo Mitos del anti-exilio, y la novela La tabla. Trabajos suyos han aparecido en diversas revistas, como Encuentro, Lettre Internacional, Fundación Hispano Cubana y Nexos. Un cuento suyo fue incluido en la antología Nuevos narradores cubanos, en Francia, y más recientemente en Cuentos desde Miami (Poliedro, 2004).
Muy bueno el cuento, lenguage y atmósfera como de una escena de un filme.
ResponderEliminartiene garra!
ResponderEliminarme gustó la concisión y el intenso realismo de esta narración de armando, muestra maestría
ResponderEliminarEntretenido,ameno,lenguaje fácil entendible a todo público, no implica sea un relato plano realmente la atmósfera en que el relato transcurre parece salida de una peli.Genial mi amigo.
ResponderEliminarComo todo lo que escribe el amigo Armando, una delicia por leer. Encantada de conocerte y descubrirte...un abrazo!!!
ResponderEliminarLa segunda historia, que hace al cuento, es la analepsis o acción hacia el pasado: el reencuentro con el policía. El conflicto desde el principio atrapa al lector. La brevedad, los pocos párrafos de la historia hace del cuento, con economía de medios, sin tanto blablablá, un desenlace que conmina a releerlo...
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