A Eddy Campa, in memoriam
Irónicamente, este Diógenes del barrio, que sólo le pedía al alcalde de turno que no le demoliera el quicio de sus atardeceres, en donde esperaba a su amada Mirtha Miraflores, y que aprendió a conocer la muerte mejor que nadie en el cementerio de los vivos, nos dejó en suspenso, sin el testimonio final de sus días. Su poesía la escribía su vida misma, para luego transcribirse en el papel, si las circunstancias lo permitían. Acaso el misterio de su desaparición fue su último poema. Acaso tenía que suceder de esta forma para dejarnos con la esperanza de la vida, o, tal vez, con esa incertidumbre que nos prohíbe escribirle un epitafio, pues él con su obra ya se había encargado de hacerlo.
Yo, sin una tumba donde encontrarlo, sin el más leve rumor de sus cenizas, prefiero verlo vivo en mi memoria, vagabundeando, como siempre, con la poesía a cuestas.
Muy bello, es un gusto.
ResponderEliminarLástima que no lo conocí. Bellas palabras.
ResponderEliminarsaludos
Gracias, Juan Carlos y Armando, por acompañarme en este homenaje a mi inolvidable amigo, el poeta Eddy Campa.
ResponderEliminarEl poema me evoca esa imagen de Eddy en la esquina de la biblioteca hispánica. Allí lo conocí cargado de libros, como una sombra ajena y extraña en esta ciudad. Hablando de poetas,cultivando el ocio y sin mayores ambiciones que escribir y estar vivo. Bello homenaje al recordarlo Joaquín. Te felicito.
ResponderEliminarRodolfo Martínez Sotomayor
Gracias, Rodolfo. Sí, lo recuerdo también en la biblioteca hispánica, que era su verdadera casa, al acecho de su pan de cada día: los libros.
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