lunes, 31 de mayo de 2010
Palabras leídas por Susana Della Latta en la presentación de su libro Ojo de pez y otros relatos
Noche de presentación del libro Ojo de Pez y otros relatos.
Editorial Silueta, Miami, Mayo 27 del 2010.
Diré lo que no está escrito, innecesario para la obra pero que siento agregar. Dedico estos relatos, algunos pensados hace muchos años, madurados todos entre el 2007 y el 2009, principalmente a mi hijo Diego, porque fue testigo de la pasión que genera la escritura lo que implicó un silencioso compartir y porque a él dejo mi legado, el amor por el arte.
Quiero explicar adonde me dirijo, ya que es curiosidad tanto en el que busca placer en el texto, como en el intelectual que compara o el lector de siempre.
Me han preguntado acerca de las influencias pasadas a través de estos escritos. Y desde mi presente de lecturas puedo nombrar dos mujeres relevantes: Marguerite Duras y Clarice Lispector, y un hombre magistral: Samuel Beckett. Lo que solamente adorna el sencillo resultado de este manojo de cuentos.
Debajo, adentro y desde mi más profunda formación como artista tengo que mencionar lo que me pertenece. Es una innata apreciación por la estética, elaborada durante mi paso por distintas escuelas de arte. Como producto de una época tan revolucionaria y trascendental como los 60’, vivida en un país a toda marcha en términos culturales como es Argentina, he gozado del privilegio de iniciarme en lecturas sin restricciones y con acceso a generosas bibliotecas.
Dice Roland Barthes, “en los tiempos de los clásicos y los románticos, la forma no podía ser desgarrada ya que la conciencia no lo era”. El arte clásico era transparencia, encuentro ideal entre un espíritu universal y un signo decorativo sin espesor, sin responsabilidad. Explica también como a fines del siglo XVIII tal transparencia se enturbia y desde Flaubert hasta nuestros días, estalla en su totalidad como un lenguaje no sólo de circulación socialmente privilegiado, sino ahora lenguaje con secretos, profundo y amenazante.
Esa forma-objeto que el escritor asume, repudia, toma, transforma, destruye. Yo me uno a partir de la destrucción, ausencia de escritura o escritura neutra: grado cero de la escritura, como lo titula Barthes.
Cuando se genera en mi conciencia una avidez por la lectura y la necesidad de expresión por medio del texto, están presentes los franceses solidificando las bases del estilo que más tarde tallaría en mis relatos. Y me refiero a Albert Camus, Sartre y Simone de Beauvoir, a Baudelaire, Flaubert y Mallarmé.
Dice Walt Whitman: “no habrá en mi estilo ninguna elegancia, efecto, originalidad que cuelgue entre mi persona y los demás como un cortinaje”. Y en medio de esta rebelión del modernismo que se hace carne con una estética determinada, entran las raíces de mi ser como persona de origen netamente italiano. Mi escritura va a estar teñida por ese humor sádico, erótico y particular de mi raza. Y a la vez dotado de su eficaz dramatismo.
¿Qué me daban a leer? (ya que la biblia era prohibida en mi familia anarquista) “De los Apeninos a los Andes”, de Edmundo de Amicis. Esa era mi literatura infantil. Junto a la edad de Oro española: Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, que buscaba en las bibliotecas escolares para salir un poco de Alighieri (otro recomendado por mi abuelo) o el encuentro con los tomos de Lobsang Rampa, introduciéndome a una metafísica fantástica.
De adolescente encontraría recreo en el humor argentino de Dalmiro Sáenz o italiano de Giovanni Guareschi.Ya estudiante de arte me veo fascinada y obligada a indagar en Umberto Eco y Friedrich Nietzsche. Documentarme históricamente con Ray Bradbury.
Como atea impuesta y rebelde a tal estigma, busqué el método sicológico de introspección de San Agustín, y como ciudadana porteña, me senté en el diván freudiano por años. Logré por un tiempo liberarme de pesadumbres con Aldous Huxley o J.R.R. Tolkien y pulí la narrativa con Italo Calvino.
Debo también admitir mi reconocimiento a escritores -los cuales nunca pudé seguir en disciplina o en identificación- como el latinoamericano García Márquez, quien supo contar historias hasta arraigarlas en la memoria de pueblos enteros, novelistas eruditos como Thomas Mann, James Joyce. Imaginarios como el de Gunter Grass.
Pero la voz que me acompañaba desde siempre iba a estar reflejada en los personajes de Salinger, Kenzaburo Oé, Carson Mc Cullers, Beckett y la magistral síntesis de Augusto Monterroso.
Radicada en Miami, encontraría en el maestro Lorenzo García Vega, la seguridad de un discurso que está de vuelta de toda pretensión intelectual.
Aquí llego al lector, con un conjunto de relatos: Ojo de Pez. Historias, algunas, tomadas de una insólita realidad y llevadas al mundo literario de la ficción. Otras, desgarros del lenguaje en busca de una forma que me contenga, exprese y los movilice. Tramas de un mundo en el que nos movemos conscientes o inconscientes de sus inmensos laberintos.
Mi agradecimiento al poeta Rolando Jorge por la confianza en mi obra, a la poeta Rubí Arana, por cancelar su peña esta noche y estar acá, y a mi editor Rodolfo Martínez Sotomayor, por creer y publicar mi primer cuaderno.
Gracias por estar aquí. Y espero lean el libro.
Susana Della Latta
Foto: Cortesía de la página web de la Editorial Silueta
domingo, 30 de mayo de 2010
sábado, 29 de mayo de 2010
Tres poemas de Rita Martín
MUJERES DE TARA
Nana apretaba mi cintura
En ese punto exacto
Requerido para tomar el aliento
Y seguir este camino
Siendo la bendita semidiosa
Deseada al pasar por estas bestias
De whisky amargo y cañones
En el frente.
De apretar tan recio
Nana partía en dos mitades
Mi cintura que se doblaba
Como el país hasta la tierra.
Dividida y despojada
De todos los bienes
Juré levantarme de la nada.
Y fue exactamente lo que hice.
Disolví los colores más brillantes
Para aplicarlos al hambriento rostro.
Ya estaba yo contaminada
De tierra, colores, hombres y miradas.
La pólvora nació conmigo
Y fui yo quien le dio otro sentido
Al amor y al pecado.
Pero el hogar lo mantuve intacto
Y llené los estómagos y las bancas
De todos los que me esperaban.
Supe transformarme
Desde la tierra de Tara
Hasta ser yo misma el viento.
El Sur es ahora un lugar tranquilo
Donde escasean
Los hombres morenos
Las pasiones
Y las mujeres del tipo
Scarlet O’Hara.
No se confundan
No estoy en el museo
De una casa de Atlanta
Ni soy una muerta rediviva
Sepan que aliento en el polen.
CONVERSACIÓN CON DULCE MARÍA LOYNAZ
Y su mano sostenía
el vaso intocado
con telarañas donde
bebió el poeta.
Federico García Lorca
El cuerpo del valiente
Desmembrado
Por cuatro caballos
Españoles y sus campos
De concentración.
La República desesperada
De un 20 de mayo.
El canto de la mujer estéril.
Las tapias del jardín de Bárbara.
El ataúd donde dormía
Flor, la sabia. La locura de Carlos Manuel.
El amor de Enrique por el hombre.
La belleza de Lázaro. El breve
Almendares. Los amplios
Patios mozárabes lanzados
Al sol desde la tierra. Los vitrales
De Amelia. La música de Lecuona.
Los cuentos negros de Lydia.
El tabaco y el azúcar de Don Fernando.
La tierra indefensa
De mi antepasado, Arredondo.
El absurdo de Virgilio. Las eras
Imaginarias de Lezama.
El primero de enero
De 1959. La UMAP
Que a nadie en el mundo
Ha molestado. Las aguas
Grises y podridas
De una bahía hermosa.
Las palmas tan altas y lejanas
Avizorando la ruina del país.
La invención
De la otra Habana.
La noche clara
En que por propia mano
Recibió el Premio Cervantes
Para ir a dormir después
Con los pequeños.
Usted tenía razón, Dulce María,
Tantas cosas en el mundo
Nos fue dada. Sólo es nuestra
La pura soledad.
OBSTINACIONES
Y volveré a escribir una y otra vez
Uno y otro verso que nuevamente
Percibo callada
En el deseo de estallar.
Volveré una y otra a vez
A ahogar la palabra
Perdida en la imagen que me ciega
La rosa espera al nombre.
Rita Martín (La Habana, Cuba). Narradora, poeta, ensayista e investigadora literaria. Ha publicado los poemarios El cuerpo de su ausencia (Letras Cubanas, 1991), Estación en el mar (Ediciones Extramuros, 1992) y Tocada por el astro ( La torre de papel, 2007). En el año 2000, Ediciones Universal publicó su Edición Homenaje a Eugenio Florit junto a Ana Rosa Núñez y Lesbia de Varona. Cuenta también con una obra narrativa, en la que destaca el libro de relatos Sin perro y sin Penélope (Ediciones Universal, 2003). Es licenciada en Filología por la Universidad de La Habana. Obtuvo un máster en Estudios Latinoamericanos en la Universidad Atlántica de Florida, especialidad que continuaría hasta lograr su doctorado en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill. Sus textos han aparecido en numerosas publicaciones y antologías de Estados Unidos, Europa y América Latina. Coordina el blog grafoscopio. Reside en Roanoke, Virginia, donde trabaja como profesora universitaria.
viernes, 28 de mayo de 2010
Coloquio: Gravitaciones en torno a la obra poética de José Lezama Lima
Colloque Gravitaciones en torno a la obra poética de José Lezama Lima (La Habana, 1910-1976) se celebrará en la Sorbona(Universidad de París) los días 28 y 29 de mayo, y contará con la participación de destacadas figuras académicas y literarias, entre las que se encuentran Roberto González Echevarria, Abilio Estévez, Jorge Luis Arcos y Armando Valdés-Zamora, cuya intervención cerrará el evento.
Para más información, visite la página web del Instituto Cervantes de París
LAS NALGAS DE OLORÚN
LAS NALGAS DE OLORÚN,
El Gran Premio de F.B.
Luis F. González-Cruz, 2010
Novela. Ediciones Universal, Miami. 286 págs.
Por Juan Cueto-Roig
A nueve años de la publicación de Olorun’s Rainbow: Anatomy of a Cuban Dreamer (First Book Library), y a cinco de la versión en español El arco iris de Olorún: Anatomía de un cubano soñador (Ediciones Universal), Luis F. González-Cruz retoma el personaje de Francisco Binerfa, protagonista de su anterior novela, para narrarnos el nuevo giro que ha tomado su vida, después del inesperado encuentro en Cuba con su hijo Mendel, su adopción y su vida en común con él en Miami.
Aunque esta relación es el hilo conductor de la trama, el autor incluye dos personajes que, dada su importancia, resultan también protagónicos, las dos amantes de Francisco: Amanda, casquivana y promiscua; y Luz, bipolar e inconstante; que le ocasionan más sinsabores que placeres.
González-Cruz emplea el mismo método de su novela anterior. Un «editor» comenta lo narrado, aclarando, corrigiendo y hasta desmintiendo lo que el autor ha escrito. Y esta vez incluye un nuevo elemento, una «cámara»: una especie de guión cinematográfico que «retrata» algunas escenas con gran efectividad.
Es admirable la forma en que este escritor desarrolla y concluye la trama y cada uno de los argumentos que la integran.
También es de celebrar la inserción de poemas, que quedan «bordados» en el tejido de la obra en forma muy apropiada.
Otro acierto es haber intercalado varias crónicas de viaje (el autor es un incansable viajero), que amenizan el relato sin que se disocien del tema principal.
Los toques de humor están bien manejados; y el autor aprovecha en forma muy eficaz los trastornos mentales de los protagonistas para incluir temas sobrenaturales y esotéricos.
La sugerente portada es del pintor Mario Torroella.
La novela se lee casi de un tirón, pues los factores sorpresa y suspense incitan la curiosidad del lector.
El libro está a la venta en la Librería Universal de Miami.
Juan Cueto-Roig nació en Caibarién, Cuba. Exiliado de la Isla en 1966, reside actualmente en Miami. Ha publicado los libros de poesía En la tarde, tarde (Miami, 1996), Palabras en fila, en clase y en recreo (Madrid, 2000), y En época de lilas (traducción al castellano de 44 poemas de E. E. Cummings) (Madrid, 2004), de relatos, Ex-Cuetos (Miami, 2002), Hallarás lobregueces (Miami, 2004), las crónicas Verycuetos (Miami, 2007) y Veintiún cuentos concisos (Editorial Silueta, 2009).
miércoles, 26 de mayo de 2010
Ojo de pez y otros relatos
Por Luis de la Paz
Tal vez del hecho de que la escritora argentina Susana Della Latta (Buenos Aires, 1955) sea artista plástica y diseñadora, profesiones que demandan de economía de recursos y de sugerentes planos para alcanzar efectos sensoriales, resulte que su ópera prima literaria, el libro Ojo de pez (Editorial Silueta, Miami, 2010), se distinga por la concisión en la mayoría de los casi cuarenta relatos que integran el volumen.
En los breves textos, además, incide otra particularidad, ésta, relacionada con las formas, y es la apretada síntesis en lo que se narra (aspecto que nada tiene que ver con la extensión de los relatos), pero que sí plantea una suerte de moldura, de cómo la autora concibe el género del cuento, pues es algo constante, que se repite casi a lo largo de las 100 páginas del libro.
El lector que se adentre en la prosa con vuelo poético de Susana Della Latta, comprenderá de inmediato que la escritora no pretende conducirlo por senderos trillados para que entienda al pie de la letra lo que se le está contando, sino que le deja abierta muchas puertas, para que encamine su propia cosmovisión de los relatos y entre en consonancia con la sinestesia que le quieren transmitir, algo que está muy vinculado a la plástica y los diseños interiores y exteriores, que invitan a la hermenéutica, en su más acertada definición.
Los códigos que se manejan en Ojo de pez son claros. Oraciones cortas. Notable ausencia de diálogos (aún cuando hay textos que parecen casi demandarlos). Situaciones en las que se prepara el terreno para algo que se vislumbra definitivo, pero que no llega a cristalizar, pues lo expuesto queda a merced del atento y sensible lector. Algunos cuentos son audaces, otros, por momentos, resultan intrépidos, la mayoría sutiles, desplegando la delicadeza propia de la mujer, su feminidad, lo que los convierten en textos algo inescrutables. De la serie de los relatos Bicicletas, por ejemplo (son tres esparcidos a lo largo del libro), se puede citar el primero para ilustrar casi todo lo expuesto anteriormente: “Carla saca su bicicleta y con intención de pic-nic deambula por las calle semi-desiertas sin pensar; lo sé, es la ley de gravedad. Su sexo goza feliz, con el asiento a escondidas”. En esta pequeña narración en tercera persona (cuando en realidad todo pareciera indicar que debería ser la primera) se dibuja una imagen que oscila entre lo erótico y lo lúdico, y que despierta la libido del lector, que por exigencia de la autora, ha de ser un cómplice, no un mero observador.
La escritora maneja con sutilezas los perfiles sicológicos de los personajes. Tal vez por ello, aún en los cuentos donde no se llega a exhibir del todo una fisonomía, como en, Hace tiempo pasaban tantas cosas, hay una trampa en la que el lector vuelve a implicarse en la tentadora atmósfera. Otros relatos tienen un corte similar, lo que define una manera de decir, una forma de transmitir sensaciones, algo que, claro, es bueno, pues precisa la voz de Susana Della Latta.
• LA EDITORIAL SILUETA INVITA A LA PRESENTACIÓN DE Ojo de pez, libro de relatos de la escritora argentina Susana Della Latta, el próximo jueves 27 de mayo, a las 7:30 de la noche, en Havanafama Teatro Estudio, 752 SW 10 Avenida. El evento contará con la presencia de la autora y de los escritores Joaquín Gálvez y Gumersindo Pacheco. Más información en (786) 319-1716.
Publicado originalmente en La Revista del Diario Las Américas
Luis de la Paz (La Habana, 1956). Salió de Cuba durante los dramáticos sucesos de la embajada del Perú y el posterior éxodo del Mariel, en 1980. Desde entonces reside en Miami. Fue miembro del consejo de editores de la revista Mariel (1983-1985) y de Nexos de difusión electrónica. Entre el 2001 y el 2008 edita El Ateje, revista de literatura cubana. Ha publicado los libros de relatos: Un verano incesante (Ediciones Universal, Miami, 1996), El otro lado (Ediciones Universal, Miami, 1999), Tiempo vencido (Editorial Silueta, Miami, 2009), y la recopilación de textos y documentos: Reinaldo Arenas, aunque anochezca (Ediciones Universal, Miami, 2001). Un cuento suyo es recogido en Cuentos desde Miami (Poliedro, Barcelona, 2004) y en Palabras por un joven suicida (Editorial Silueta, Miami, 2006). Es columnista de Diario Las Américas.
martes, 25 de mayo de 2010
domingo, 23 de mayo de 2010
sábado, 22 de mayo de 2010
Un cuento de Luis de la Paz
Tarde veintidós
Transcurría el vigésimo segundo día del segundo mes igual que siempre, tedioso, amelcochado, llenándose los minutos con los limitados hábitos adquiridos forzosamente. Unos pocos hombres caminaban lentos de un lado a otro en la desolada tarde. El más introvertido de todos permanecía sentado, ocupando tres escalones a la entrada de la barraca I-154; sin camisa, pantalones cortos y chancletas de mete dedo. Parecía dormitar mientras custodiaba las pocas pertenencias que secaba al sol. Los codos apoyados sobre los muslos, la cabeza descansando sobre las dos manos que anudadas servían de viga para recostarse. El cuerpo, por momentos, perdía el balance, lo recobraba, levantaba la mirada, observaba su ropa aún húmeda y volvía a sumirse en su letargo. Lejos, sobre el pasto, que lucía el más intenso verdor desde su llegada al campamento, otros dos hombres intentaban mantenerse en forma. Se les veía por horas ejercitando sus cuerpos, flexionando la cintura, torciendo los brazos, haciendo giros con los hombros, primero hacia delante, luego atrás, doblegando las caderas, tomando posturas cercanas al yoga, sudando copiosamente, jadeando.
Darío estaba acostado bocabajo en su nueva litera. La de arriba. Le gustaba sentirse aislado, eso le proporcionaba cierta seguridad y visión general de todo el salón, además, por estar junto a una ventana, alcanzaba cierto control del área exterior. Ya llevaba dos semanas compartiendo ese nuevo lugar. Desde que cerraron la I-160, trasladaron a una parte de los refugiados a la I-154 y la otra a la I-147. Por momentos miraba a Efraín que parecía dormir en la siguiente cama, a su lado, en la parte inferior. Los ojos se le abrían y cerraban de repente. La boca dibujaba extrañas muecas. Luego se relajaba, permanecía quieto un rato, hasta el próximo sobresalto que comenzaba con espasmos abdominales. Parecía rendido en la soñolencia. Poco a poco fue despertando. Hubo un silencio largo cuando se miraron por primera vez más allá del sueño. Darío lo observaba con todos los sentidos: voluminoso, con un estómago desparramado hacia los lados, ombligo profundo, los brazos hacia atrás, haciendo de almohada. Tenía que haber sido un hombre fuerte, pensó. Ya era una persona madura, de más de cincuenta años o casi llegando a los sesenta. Tenía largas cicatrices cerca de los hombros, en los antebrazos, todas iguales, unas dos a tres pulgadas de largo; desagradables verdugones que también aparecían en el lado derecho, cerca de las costillas.
—¿Por dónde me puedo ir? –fue el angustioso reclamo que vino a entorpecer la monotonía de la tarde.
Hubo una expectación general, una alerta inmediata que puso a la defensiva a las personas que descansaban en la barraca. La voz del hombre brotaba del fondo de su alma desbordando miedo. No hubo tiempo de verle el rostro, apenas una pelambre encaracolada poblando su cabeza. Fue una entrada repentina, acompañada de un reclamo, de un pedido de urgente ayuda. Un violento empujón a la puerta, que golpeó estrepitosamente contra la pared y la voz entrecortada. Después corrió a toda prisa por el ancho pasillo, haciendo crujir y retumbar la madera del piso.
—¿Por dónde, coño? ¿Por dónde? –se volvió a escuchar, pero ya la voz, con el mismo nerviosismo, se sentía lejos.
Se le vio saltar por una de las ventanas a las que le habían quitado la tela metálica, precisamente para preparar una vía de escape ante cualquier eventualidad. Luego, se adentró en la barraca vecina y desapareció.
Los hombres, atentos y cautelosos, sin moverse de sus camastros, esperaban que de un momento a otro apareciera por el mismo lugar el perseguidor, que de hecho hizo su entrada jadeando, sosteniendo con firmeza un cuchillo de carnicero en su mano derecha. Se detuvo en la puerta, expectante, furioso, mientras lanzaba una mirada rápida, llena de ira, pero también de precaución, hacia las literas, pero sobre todo a la puerta del baño, considerando, tal vez, la posibilidad de que el otro estuviera escondido por ahí y al acecho para atacarlo desprevenido. Sin pérdida de tiempo descartó el baño como posible refugio, mientras que con un giro de muñeca ocultó la hoja del cuchillo tras el antebrazo, soltó un escupitajo en el piso y se fue por donde mismo había llegado.
Se hizo un prudente silencio; un silencio que prevaleció unos minutos después del incidente. Efraín no se había movido de su posición. Permanecía acostado con los brazos bajo la nuca. Luego empezó a levantarse cierto murmullo, que en gran medida indicaba el fin del alboroto. Se podía escuchar alguna risa casual, de alguien que hacía chistes con lo acontecido. Dos semanas antes, en tiempos de El Puro nadie se hubiera atrevido a reír en alta voz de una situación semejante. Él no lo hubiera permitido. Todos recordaban el problema cuando El Rubio trató de violar a Armando. Lo salvó precisamente la intervención de El Puro: ¡Se acabó!, fue lo único que dijo desde su cama, sin levantar mucho la voz, pero con una carga que de inmediato persuadió a El Rubio, que regresó silenciosamente a su lugar y no volvió a molestar al muchacho. Todos pensaban que tras la partida del viejo presidiario algo ocurriría nuevamente, pero por suerte para Armando le llegó la salida el mismo día que a El Puro. Nunca más se volvió a hablar de lo sucedido. Eso ocurría con frecuencia y a nadie le extrañaba. Ninguno olvidaba tampoco, pero existía un oscuro código entre aquellas gentes que Darío no entendía, pero que asumía rigurosamente y respetaba al máximo.
Pasara lo que pasara entre esos dos hombres que acababan de escenificar un momento tenso, dejando en el aire una atmósfera de lógica preocupación o cuando menos de vigilancia por las próximas horas, lo peor ya había acontecido. Acuchillar a alguien en el interior de una barraca era lo más inquietante que pudiera suceder, por las subsiguientes requisas, investigaciones y fichado de los que estaban presentes; además, podía demorar la salida del campamento. También se quería evitar tumultos, pues cualquier chispa, por insignificante que fuera, podría desatar un nuevo disturbio, como el que hubo en el primer mes, con motines y quema de sábanas y almohadas. No había sido nada premeditado, sino una respuesta a la frustración y a la falta de información, aunque también hubo rivalidades por hacerse del control de las botellas de whiskey y la mariguana que traían los guardias al campamento.
La llegada de una patrulla y la arrogante figura de los dos guardias en la puerta, mandaban un claro mensaje: estaban atentos e informados de que algo acontecía. Darío no se dejó ver, se echó la almohada sobre la cabeza e hizo como que dormía profundamente.
La tarde veintidós siguió su curso, pero ya no era igual. Lejos seguían haciendo ejercicios los dos hombres. Uno de ellos sostenía los pies del otro, mientras que éste alzaba el cuerpo y volvía hacia atrás repetidamente. El que secaba la indumentaria había desaparecido dejando la ropa en la improvisada tendedera. De la distancia llegaban sonidos ininteligibles. Varios hombres caminaban con prisa en dirección a las barracas que quedaban al sur. Efraín notó que Darío estaba tenso, siguiendo desde su camastro los movimientos.
—Nada pasa. Lo que iba a pasar, ya pasó –expresó en voz muy baja Efraín con absoluta seguridad en lo que decía y sin moverse.
Tras una pausa, y como intentando liquidar el tema del perseguidor y el perseguido, dijo:
—Esto que tanto tú miras, son bayonetazos. Seis en total.
Darío no supo qué decir. Hubiera querido entrar en detalles, indagar en las circunstancias, preguntar las razones precisas, averiguar por qué seis, cómo hizo para curarse las heridas. Pero en aquel ambiente nunca sabía qué era prudente o no. Por ello permaneció en silencio, escuchando las breves oraciones que Efraín a intervalos soltaba.
—El primero fue durante la UMAP, aquí, en el muslo. Yo estaba bien joven –dijo haciendo un movimiento con el codo derecho hacia arriba, pero que en realidad intentaba dirigirse hacia abajo, indicando que en ese muslo estaba la cicatriz que Darío no veía–. Fueron muchos años de prisión. Yo era rebelde, pensaba que podía cambiar las cosas, hacer valer lo que creía.
Toda aquella atropellada oración en pasado daba cierto aire de derrota, de haber claudicado.
—¿Te diste por vencido? –preguntó Darío, sin meditar si los vocablos eran los apropiados. Hubo otro silencio.
—Todos perdimos, por eso estamos aquí. A mí me sacaron de la cárcel y me mandaron para este país sin consultarme... Seguro que tú viniste porque quisiste... Otros buscando a sus familiares... Pero todos nos fuimos. Él se quedó.
Había mucha amargura en la manera en que subrayó ese él. Se levantó de la cama. Se elevó con toda sus fuerzas. Se ajustó el pantalón que tenía desabotonado, se calzó los zapatos y pasándole la mano por la cabeza a Darío, dijo:
—Tú eres muy joven –y se fue camino hacia el baño.
Lo que quedaba por hacer esa tarde estaba bien claro para Darío. Llegaría primero a la iglesia, allí permanecería unos minutos, sentado en silencio, sin jamás doblar las rodillas sobre el reclinatorio. Luego iría al comedor, antes de dirigirse a la comandancia a ver las nuevas listas. Normalmente las ponían todas las tardes después de las 4, con los nombres de los que partirían al siguiente día. Luego pasaría por la barraca donde se podía ver un juego de pelota por televisión, lo único entendible por la mayoría de los refugiados.
Ya de noche, después de comprobar que tampoco partiría al siguiente día, regresó a su cama. Efraín no había llegado aún. Él acostumbraba a salir por las noches, le gustaba visitar la barraca de los travestis donde siempre había espectáculos. Alguna que otra vez regresaba con algún trago encima. Ya Darío se había aburrido de las mismas diversiones, locas envueltas en sofisticados ropajes hechos con las sábanas, cantando como Annia Linares, Martha Strada, Beatriz Márquez o Mirtha Medina. Al principio era simpático, pero la repetición aburría, como pensaba deberían estar aburridos los dos hombres que continuaban, a la luz de un farol, en sus rutinas para mantener sus cuerpos en forma.
Darío sacó del cartucho donde guardaba sus apuntes, las hojas pequeñas con el membrete de la Cruz Roja, y escribió: Transcurrió el vigésimo segundo día del segundo mes igual que siempre, tedioso, amelcochado, llenándose los minutos con...
Luis de la Paz (La Habana, 1956). Salió de Cuba durante los dramáticos sucesos de la embajada del Perú y el posterior éxodo del Mariel, en 1980. Desde entonces reside en Miami. Fue miembro del consejo de editores de la revista Mariel (1983-1985) y de Nexos de difusión electrónica. Entre el 2001 y el 2008 edita El Ateje, revista de literatura cubana. Ha publicado los libros de relatos: Un verano incesante (Ediciones Universal, Miami, 1996), El otro lado (Ediciones Universal, Miami, 1999), Tiempo vencido (Editorial Silueta, Miami, 2009), y la recopilación de textos y documentos: Reinaldo Arenas, aunque anochezca (Ediciones Universal, Miami, 2001). Un cuento suyo es recogido en Cuentos desde Miami (Poliedro, Barcelona, 2004) y en Palabras por un joven suicida (Editorial Silueta, Miami, 2006). Es columnista de Diario Las Américas.
jueves, 20 de mayo de 2010
Zu Galería: Literary Nights Series presents Neil de la Flor this Friday!
Zu Galeria Fine Arts cordially invites you to Neil de la Flor's book launch of
Almost Dorothy
Friday, May 21, 8pm
Neil will read his poetry and offer an impromptu writing workshop.
Refreshments will be served.
Neil's first solo book, Almost Dorothy(Marsh Hawk Press, 2010) won the Marsh Hawk Press Poetry Prize. He also co-authored, with Maureen Seaton, Sinead O'Connor and Her Coat of a Thousand Bluebirds (forthcoming 2011, Firewheel Editions), winner of the 2010 Sentence Book Award. Neil teaches at Miami Dade College and Nova Southeastern University. His favorite word is ham and his favorite food is grilled squid.
About Almost Dorothy: "I like the naughtiness of de la Flor's poetics: the speaker's wordplay is double-speak and double-entendre, and no dust ever settles on a single meaning. Almost Dorothy is a challenging and unsettling reading experience, but there are plenty of cues and clues along the way to keep the reader constantly alert and sometimes startled..."
--Rigoberto Gonzalez
Cortesy of Zu Galeria blog
Ciudad cerrada
Por Armando Añel
A la vuelta de la esquina puede acechar un viejo Oldsmobile, y alguien arrebatarte el bolso si la curiosidad te distrae contra uno esos escaparates en los que nunca nadie exhibe nada, en los que la desesperanza, saturada de una pátina nostálgica, se disfraza de novedad. Eso en La Habana, porque en Roma las tiendas son las tiendas, lo que sería una tienda si lo fuera, y el visitante deja de significar un nerviosismo, una ventana al mundo, para convertirse en plusvalía, y la podredumbre no sugiere podredumbre sino una suerte de vacío existencial, convenientemente adulterado por el barroquismo de lo histórico.
Los olores, la ausencia de algunos olores, la irrupción de ciertos olores que alguna vez, durante tu infancia habanera, habías digerido sin reconocer, matizan la fastuosidad de una ciudad cerrada, engañosamente abierta al extranjero.
En Roma, La Habana vuelve sobre sí misma, penetrando, a escala subconsciente, el tiempo ligeramente maquillado de los recuerdos. Ese de los helados pomposos y el café bien fuerte y las mujeres de grandes ojos pardos sobrenadando la indiferencia de sus grandes ojos pardos. Y por las noches, en ciertas barriadas periféricas, más allá del Trastevere y la Piazza Navona, puede auscultarse el latir de la decadencia, activa no ya en lo antiguo, sino en lo nuevo que aspira a serlo. Poblando los muros, las fachadas, el itinerario de los autobuses gratuitos.
Aunque en Roma –la viviente, la ordinaria– casi no hay balcones. El interludio entre el pretérito imperial y la actualidad arquitectónica se salda a través de edificaciones monótonas, insulsas, cuya carencia de espacios exteriores acentúa la cerrazón circundante. Balcones hacia dentro en una urbe que habita su pasado, que se abraza a él con el alivio del náufrago aferrado a las sinuosidades de la roca.
Y la ropa puesta a secar en las ventanas de algunas callejuelas del centro –no en las afueras, donde signaría la pobreza– desmiente una y otra vez, sin ningún éxito, el carácter comunitario, primermundista, de la ciudad eterna. Pretende ignorar la promiscuidad de lo contemporáneo, la omnipresencia del desarrollo en los vagones del metro, en el rumor de los supermercados. Quiere agitarse a solas sobre sus fontanas, y retroceder, y hacerse historia.
Desde el mar de fondo del Coliseo y la Fontana di Trevi y la Piazza del Campidoglio. Con la intensidad de lo que fue. Con la insistencia de lo que no puede ser.
Armando Añel (La Habana, 1966). Escritor y editor cubano. Entre los años 1998 y 2000 se desempeñó como periodista independiente en Cuba, siendo cofundador y vicepresidente del aún activo Grupo de Trabajo Decoro. Tras recibir el premio de ensayo anual de la fundación alemana Friedrich Naumann en la primavera de 2000, viajó a Europa, donde residió en España e Inglaterra hasta radicarse en Miami, Estados Unidos, en el verano de 2004. Fue corresponsal en Londres de la revista madrileña Arte y Naturaleza, y en España, editor del diario digital Encuentro en la Red y la revista Perfiles del Siglo XXI. En Miami, ha sido editor en español de las revistas Islas y Herencia Cultural Cubana. Literatura y artículos suyos aparecen regularmente en publicaciones de Estados Unidos, Latinoamérica y Europa. Ha publicado Escuela de vida (biografía, Miami, 2006), la plaquette de poesía Éxodo (La Habana, 1995)y,recientemente,Erótica, su primera novela(Letra de Molde Ediciones, Miami, 2010).
lunes, 17 de mayo de 2010
Nueva entrega de El submarino amarillo
Ya está circulando el quinto número de la revista de crítica literaria El submarino amarillo, perteneciente a EditPar. Entre los trabajos publicados destaca Erótica en tres espejos, una reseña de Ignacio T. Granados sobre la primera novela de Armando Añel. También aparecen una reseña del propio Añel sobre Bagazo, último poemario de Santiago Méndez Alpizar (Chago), así como una nota de Rodolfo Martínez Sotomayor sobre Ojo de pez y otros relatos, de Susana Della Latta, última entrega de la Editorial Silueta. Felicitamos a Ignacio T. Granados por esta travesía en su submarino amarillo.
domingo, 16 de mayo de 2010
Fotos de la tertulia y un artículo sobre la novela Las vidas de Arelys
José Lorenzo Fuentes: el triunfo del oficio
Por SARAH MORENO
La historia de una reina rumana que escribía a escondidas a la luz de una vela, que recitaba a Shelley y a Byron por los pasillos del palacio, y que murió silenciada y olvidada por escribir en su diario una crítica a la monarquía y por sus supuestas relaciones lésbicas con una dama de la corte, es suficientemente interesante para inspirar una novela. Y si la trágica suerte de la reina es sólo una de las existencias que una maestra del siglo XXI descubre en una sesión de regresión a vidas pasadas efectuada por el mismo escritor de la novela, es casi imposible contener la curiosidad.
Los elementos anteriores, sumados a la atmósfera de misterio que se consigue bajo hipnotismo, integran Las vidas de Arelys (Ediciones Atenea), la novela más reciente del escritor cubano José Lorenzo Fuentes, quien la presentará mañana en el Café Demetrio, en la tertulia La otra esquina de las palabras, que coordina el escritor Joaquín Gálvez.
``Ella tocaba el piano, hacía meditación budista y leía a los grandes maestros del hinduismo'', cuenta Fuentes de Carmen Sylva, seudónimo literario de Elizabeth de Weid (1843-1916), una joven de la nobleza alemana que por su matrimonio con Carol I de Rumanía llegó a ser reina de ese país.
Fuentes supo de la existencia de esta olvidada escritora del siglo XIX, que compartió antologías con Dostoievski, Víctor Hugo, Gogol y Balzac, gracias a su amistad con Arelys Cubero, una maestra nacida en Puerto Rico que el escritor conoció en Miami, en el 2007, en una presentación de uno de sus libros, Yerba Nocturna.
``Cuando nos vimos por primera vez tuve la impresión de que Arelys y yo nos conocíamos de antes'', recuerda Fuentes, de 82 años, autor de un libro sobre meditación e interesado también en el tema de la reencarnación.
A petición de Cubero, Fuentes le sirvió de guía en regresiones a sus vidas pasadas. En una de estas sesiones, Cubero dijo, bajo hipnosis, que ``había sido escritora y vivido en un palacio''. Cuando Fuentes le preguntó de quién se trataba, Cubero mencionó a Carmen Sylva, un nombre desconocido hasta entonces para Fuentes. Después de varias indagaciones, el escritor supo de la relevancia de esta mujer y se enteró de que ese seudónimo latino había sido elegido por De Weid, que combinó los términos en latín de ``bosque'' (Sylva) y ``canto'' (Carmen). También supo que había escrito un poema sobre Safo y una tragedia sobre la reina de Inglaterra decapitada, Ana Bolena.
Como la de Sylva, la vida del escritor cubano ha estado poblada de momentos de protagonismo y oscuridad. Fuentes reportó como periodista la batalla de Santa Clara, liderada por el Che Guevara, durante la insurreción que condujo al inicio de la Revolución cubana, en enero de 1959. A principios de los años 60, fue periodista personal de Fidel Castro y jefe de prensa del Instituto Nacional de Reforma Agraria. Cuando en 1969 fue acusado de agente de la CIA y encarcelado por tres años, ya había ganado el Premio Nacional de Novela con Viento de enero (1967) y una mención en el concurso Casa de las Américas con Después de la gaviota (1968).
Fuentes --que en 1991 firmó el documento contestario La Carta de los Diez, el cual incluyó las firmas de otros escritores cubanos como Manuel Díaz Martínez, María Elena Cruz Varela y Raúl Rivero, entre otros-- logró salir de la isla en 1992 con una invitación de la Universidad de Iowa.
``Ahora me parece que escribo mejor que antes porque tengo más experiencia. Decía Chéjov que el escritor posee la facultad natural y la dificultad adquirida. Y es que el oficio es muy importante'', comenta el escritor, que hoy trabaja a un ritmo más pausado. ``Cuando era joven escribía 20 cuartillas al día, hoy sólo hago dos'', confiesa. •
Publicado originalmente en El Nuevo Herald, el jueves 13 de mayo de 2010.
smoreno@elnuevoherald.com
sábado, 15 de mayo de 2010
El Mariel y yo
Por Rodolfo Martínez Sotomayor
Soy enemigo de todo encasillamiento y dogma. Tengo más tendencia al caos en lo político y como credo religioso, pero irónicamente, aunque este razonamiento conlleva a que sólo pueda hablar como ente individual y a no creer en el sello de generaciones, me atrevo a decir que esa obsesión por escapar de los encierros es un elemento que define a gran parte de mis contemporáneos. Ese secreto cósmico, tal vez, o trauma de la conciencia colectiva, como diría Jung, puede haber sido causado por el hecho del Mariel, y es que en aquellos días para muchos como yo, adolescentes entonces, los dramáticos sucesos del Mariel representaron una pérdida de la inocencia política, ya que después de escuchar durante años sobre la pretendida solidaridad humana del socialismo, nos despertamos un día en una especie de ciudad sitiada, donde se apedreaba a vecinos que habían decidido simplemente ejercer su derecho de "abandonar el país".
A algunos nos montaron en guaguas repletas para conducirnos hacia los actos de repudio y a las marchas cargadas de odio; cuando esto pasa, te das cuenta que la realidad es diferente a lo que te han dicho, que tus padres han callado por miedo o por protegerte y esa complicidad te hace sentirte traicionado por el estado y a veces por la familia. Aprendes a percibir la realidad por ti mismo, y esa sensación de rebeldía te torna desconfiado, te lleva a buscar la literatura prohibida que te forma al margen de la sociedad en que vives, siempre con desconfianza de toda fe política.
En aquellos días de abril de 1980 en La Habana, me veo a mí mismo en una secundaria del Cotorro, escuchando a un maestro pronunciar un largo discurso contra los que habían decidido abandonar el país. Extrañé la desaparición de grandes amigos que de un día a otro dejaron de asistir a clase. Se preparó la enorme marcha frente a la embajada del Perú, donde se habían exilado más de 10,000 cubanos. No tendríamos clases, pero debíamos de asistir o de lo contrario se nos pondría en nuestro expediente de estudiante, acto este que marcaría nuestra vida para siempre, haciéndonos perder la oportunidad de estudiar una carrera en el futuro. Los maestros nos incitaban a gritar consignas, como emulando con otras escuelas a injuriar más alto. Me viene a la memoria uno que subido en los hombros de dos forzudos estudiantes, como quién dirige una orquesta gritaba: “¡Y el que no tiene gandinga!”, mientras el coro respondía: ¡Que se vaya pa’ la pim-pom fuera abajo la gusanera!”. Parece ser que aquel líder de los gritos perdió su gandinga muy pronto, ya que en varios meses pediría la salida hacia los Estados Unidos.
El Mariel cambió la vida de muchos para siempre, algunos jóvenes artistas vivían en un limbo de ideas que no llegaban a cuajarse realmente. No eran los años sesenta en los que muchos sabían de los fusilamientos y la represión era menos sofisticada. Ya no se trataba de historias vedadas por medios de difusión controlados por el estado. Ahora eran hechos palpables, teníamos ante los ojos el lado más oscuro, y que intentaban ocultar de aquella revolución; el envilecimiento de las multitudes contra hombres indefensos que sólo habían cometido el delito de disentir. Por otra parte, se separaban amigos cercanos para siempre, familiares queridos, y el solo nombrar afecto hacia ellos constituía un delito.
La memoria suele borrar a veces los recuerdos negativos, la mente actúa entonces como anticuerpo contra aquello que nos daña, pero es imprescindible rememorar este hecho que ha marcado la historia de Cuba y del exilio, aun cuando nos evoque un dolor. Es necesario hablar sobre el aporte literario, musical, escénico y en la plástica, entre otros, de ese éxodo, para Miami. Mostrar el otro lado de la historia, la de aquellos que llegaron a esta tierra, que a pesar de acogerlos, no dejaba de resultar hostil en muchos casos por incomprensión o indiferencia. La historia de creadores como Carlos Victoria, los hermanos Abreu, Reinaldo Arenas, los pintores Carlos Alfonzo, Jesús Cepp-Selgas, Ernesto Briel y otros tantos que supieron decir no a la barbarie y fueron además, una voz de denuncia, utilizando al arte, como herramienta salvadora del olvido ante la historia, de la brutalidad y la asfixia de un sistema dictatorial.
Como parte de las conmemoraciones del exilio por el 30 aniversario del llamado éxodo del Mariel, el Pen Club de escritores cubanos ha preparado un encuentro con tres creadores que fueron protagonistas de aquellos hechos, los escritores Reinaldo García Ramos, Luis de la Paz y el galerista Manny López. Se proyectará el documental “En sus propias palabras” de Jorge Ulla. El encuentro tendrá lugar este sábado, 15 de mayo a las 2:00p.m. en el Koubek Center de la Universidad de Miami, 2705 SW 3rd Street, Miami, FL 33135.
Rodolfo Martínez Sotomayor(La Habana, 1966). Llegó a los Estados Unidos en 1989. Cursó estudios de periodismo en el Koubek Center de la Universidad de Miami. Sus artículos, poemas, cuentos y críticas literarias han aparecido en diversas revistas y periódicos de los Estados Unidos y España. Ha publicado los libros Contrastes (La Torre de Papel, 1996),Claustrofobia y otros encierros (Ediciones Universal, 2005) y la recopilación de textos y documentos Palabras por un joven suicida (Editorial Silueta, 2006). Cuentos suyos han sido incluidos en recopilaciones y antologías como Nuevos narradores cubanos(Siruela, Madrid, 2001), traducido al francés por Edition Metalie, al alemán por Verlag, y al finés por la editorial Like. Otro cuento suyo fue incluido en la antología Cuentos desde Miami (Editorial Poliedro, Barcelona, 2004) y en la recopilación de textos Reinaldo Arenas, aunque anochezca (Universal, Miami, 2001).
jueves, 13 de mayo de 2010
Tertulia del mes de mayo
La Otra Esquina de las Palabras anuncia su tertulia del mes de mayo:
Lanzamiento de una novela basada en hechos reales: Las vidas de Arelys, del escritor cubano José Lorenzo Fuentes.
Contará con la participación de Arelys Cubero, protagonista de esta obra.
Lugar: Café Demetrio
300 Alhambra Circle, Coral Gables
(305)448-4949
Viernes, 14 de mayo, a las 7:30 p.m.
martes, 11 de mayo de 2010
Este sábado, el Pen Club de Escritores en el Exilio celebra: Mariel, 30 años después
El Pen Club de Escritores en el Exilio invita a Mariel 30 años después, una mirada al éxodo de 1980, con la participación de Reinaldo García Ramos, Manny López y Luis de la Paz, protagonistas de aquella gesta, y la proyección del documental En sus propias palabras del realizador Jorge Ulla.
Sábado 15 de mayo, a las 2 de la tarde, en el Koubek Center, 2705 SW 3ra. Calle. Entrada gratis.
lunes, 10 de mayo de 2010
Dos poemas de Alejandro Fonseca
UN TIEMPO SEPIA
Después de la conquista
regresamos con tormentas de azufre.
Y en los caminos adoraciones
acantilados y banderas dividiéndonos.
Las aguas que interrogan avanzan:
una pesadilla tras las verjas ruinosas.
Las tardes de enero te miran
en el huerto donde acudían
apóstatas y mujeres sosteniendo fuego.
Entre un carnaval y otro vendimos el aroma:
provincias acantonadas en el hueco
sin alcanzar pedazos de cielo.
Rezan argumentos: un tiempo sepia
agarrado a la subvención de los ríos.
Los adolescentes cruzan delirios
para covertirse en personas azules.
Ladran, se persignan, cadáveres
en las tinas blanquísimas a cada instante.
Toda ciudad en su piel esconde una pistola.
Hay que olerse jardines debajo del brazo
y no enemistarse con periodista rubicunda
que los domingos enhebra favores, sortilegios.
Si pasara a otra vida, sería barata exhumación.
Mejor serán los frutos que carezcan de materia.
CREDENCIALES
Para recordar a Gilberto Seik
y a Rodolfo de la Fuente.
Me demoro cuando recuerdo madrugadas.
Vuelvo a zozobrar conspiraciones:
todavía el agua se oye en la inquietud.
Escribí cartas, estuve sobre el hielo:
música del vecino, estruendos, el verano
relojes que huían del cielo y de la tierra.
Cada cual tuvo su perro, un atuendo
creencias que iban y se extasiaban.
Expusimos el cuerpo, agujas del cielo caían
y la urgencia contraria a las maduraciones.
Han venido los años, se restauran los cristales
una boca se traga el amanecer en que nací.
Dónde pudimos estar cuando el asombro.
La manigua cruza abrazando nombres.
Ninguna balanza puede sopesar fronteras.
En los archivos credenciales se apresuran.
Volverán los peregrinos, los arcabuces tronantes.
Alejandro Fonseca (Holguín, Cuba, 1954). Poeta. Ha publicado los libros de poesía: Bajo un cielo tan amplio (Holguín, 1986), Testigo de los días (Holguín, 1988), Juegos preferidos (Holguín, 1992), Advertencia a Francisco de Quevedo y otros poemas (Madrid, 1998), Anotaciones para un archivo (La Habana, 1999), Ínsula del cosmos (Miami, 2006) y La náusea en el espejo (Miami, 2009). Reside en Miami.
domingo, 9 de mayo de 2010
El NO, NO EXISTE (Notas sobre mi amistad con el escritor Juan Arcocha)
Por Armando Valdés-Zamora
Durante una suma de domingos que alcanzaron años, puntualmente a las cinco de la tarde, mi amigo Juan y yo pasábamos revista a la vida con una botella de whisky de por medio.
Juan me enseñó la elegancia de llegar a la hora exacta. Una elegancia, que como todas las elegancias, se hace antigua y rara en nuestra época de desesperos, vulgaridades y entretenimientos.
Y suponía Juan, sin equivocarse, que muchas veces, adelantado, daba yo vueltas a la manzana de su edificio para otorgarle el placer de sonar el interruptor a la hora justa, y escucharle decir con satisfacción al abrir la puerta:
Caballero…adelante…
Comenzaba así el ceremonial en el que comentábamos, reíamos, criticábamos o celebrábamos las noticias o chismes más recientes, antes de introducirnos, después del primer trago, en su tema predilecto: Cuba.
Con el tiempo, y ahora con su despedida definitiva, llegué a creer que nuestra amistad se sustentaba en dos necesidades recíprocas: yo representaba para él una Cuba enigmática por desconocida, la que siguió existiendo después de irse definitivamente de La Habana, al final de los años 60.
Mientras que, para mí, Juan reunía consigo las virtudes y los modales de una Cuba refinada. La de una intimidad respetada, una dicción y un discurso precisos, una manera, en fin, a la vez esencial y ligera de encarnar una vocación: la cubanía.
Conociéndolo bien sé que Juan hubiera preferido resumir todo esto con una frase que me repetía a menudo: “Se puede ser cubano, Armando, y, a la vez, civilizado y cosmopolita”.
Juan no sólo era políglota sino que también había viajado por el mundo entero como intérprete de conferencias internacionales. Y en sus novelas ese trasiego de culturas, religiones, cocinas, olores y supersticiones, se insinúa con rara intensidad, detrás de diálogos, situaciones y tramas aparentemente banales, en las que muchas veces ni siquiera aparece la referencia a Cuba.
En otras ocasiones, no aquí, quizás me detenga en nuestras elecciones y hallazgos mutuos a lo largo de mis visitas dominicales: los personajes de los libros de Abilio Estévez, la narración fabulada de Ponte sobre la visita de Sartre a La Habana, las presencias de Marcel Proust y de la lengua rusa en la novela Rex de José Manuel Prieto, o la crudeza, que lo obligó a interrumpir su lectura cuando ya estaba muy enfermo, de Boarding Home de Guillermo Rosales…
En cada caso Juan buscaba pruebas de esa necesidad suya de creer universal una identidad como la cubana a través de la escritura o de la propia vida.
Montaigne en su ensayo De la amistad, al evocar la relación con su amigo Estienne de La Boëtie, insiste en un detalle que él consideraba esencial entre dos amigos: la comunicación. “Es la comunicación lo que alimenta una amistad,” escribió Montaigne. Una comunicación, añade, donde ambos espíritus se complementen hasta el punto de no tener que preocuparse por las imperfecciones.
Para Juan el hecho de poder hablar y entendernos, a pesar de nuestras enormes distancias de edades, de gustos y de vivencias, era la mejor prueba de que una Cuba futura, en la que pudieran coexistir las rabias y las virtudes, los valores y los defectos de individuos diferentes, era posible.
“Este país es tan imprevisible que cualquier día surge en él un Shakespeare”, me contaba Juan que le había oído decir en Cuba a Virgilio Piñera.
Esa predicción insólita era una sus citas preferidas para ilustrar un hipotético regreso a una Cuba, eso sí, sin dictaduras, donde podría enseñar a otros lo aprendido en las errancias del exilio.
Unos días antes de morir, al llegar a verlo al hospital, ya de vuelta de un coma profundo, Juan me contó uno de sus delirios: veía a Virgilio Piñera montar una y otra vez una escalera de caracol y escuchaba al mismo tiempo una voz que repetía sin cesar la misma frase:
-El no, no existe…
Aunque nunca nos pusimos de acuerdo sobre las modalidades de otra vida en la cual ambos creíamos (él, esotérico y medio budista, yo, católico indisciplinado y negro brujero), quiero aceptar que Juan me estaba dando la última enseñanza de nuestros diálogos. La de poseer una fe ciega en la persistencia, la de intentar completar con lealtad lo que siempre va a faltarnos.
Como si el domingo próximo yo volviera a estar adelantado a nuestra cita, y después de dar unas cuantas vueltas a la manzana de su barrio parisino, llegara a las 5 en punto y lo escuchara pronunciar nuestra frase mágica al abrirme la puerta:
Caballero…adelante...
Armando Valdés-Zamora nació en La Habana, en abril de 1964, pero creció en Santa Clara por una razón trágica: sus padres fueron encarcelados y fue criado por una tía en esa ciudad del centro del país.Ha publicado el poemario Libertad del silencio, Ediciones Trazos de Cuba, París, 1996, y la novela Las vacaciones de Hegel, Madrid, 2000, que resultó finalista del Premio Felipe Trigo, publicada en Francia como Les vacances de Hegel, donde fue finalista del Premio a la mejor primera novela en Francia. Doctorado por la universidad de la Sorbona en 2003 con una tesis sobre José Lezama Lima, es profesor Adjunto de la Universidad de Paris XII y de la Escuela Superior de Gestion (ESG) de París. También es autor de decenas de artículos y ensayos sobre la literatura cubana publicados en Cuba, Europa y Estados Unidos.
Caballero…adelante...
Armando Valdés-Zamora nació en La Habana, en abril de 1964, pero creció en Santa Clara por una razón trágica: sus padres fueron encarcelados y fue criado por una tía en esa ciudad del centro del país.Ha publicado el poemario Libertad del silencio, Ediciones Trazos de Cuba, París, 1996, y la novela Las vacaciones de Hegel, Madrid, 2000, que resultó finalista del Premio Felipe Trigo, publicada en Francia como Les vacances de Hegel, donde fue finalista del Premio a la mejor primera novela en Francia. Doctorado por la universidad de la Sorbona en 2003 con una tesis sobre José Lezama Lima, es profesor Adjunto de la Universidad de Paris XII y de la Escuela Superior de Gestion (ESG) de París. También es autor de decenas de artículos y ensayos sobre la literatura cubana publicados en Cuba, Europa y Estados Unidos.